sábado, 19 de abril de 2008

PANCHO, EL BICHO.






El Río Jibacoa perteneció a un grupo de barcos de vapor que sirvieron de escuela a varias generaciones de marinos cubanos. Recuerdo entre ellos al Río Damují, Caonao, Bahía de Tánamo, Bahía de Siguanea, Bahía de Santiago de Cuba, Ignacio Agramonte y Carlos Manuel de Céspedes. Por las condiciones de vida tan difíciles a bordo de esas antiguas naves, se formaron en ellas aquellos rudos hombres de mar y magníficos navegantes. En ellos aprendí a gatear.





PANCHO, EL BICHO.

Su nombre era Francisco, imagino haya fallecido y pertenezca a ese inmenso ejército de fantasmas que me persigue con sus recuerdos, también le decían Pancho. Perteneció a esa generación de verdaderos marinos de los cuales he hecho referencia en varias oportunidades, hombres de mar que transpiraban salitre por cada poro de la piel. Gente que amaban como nadie esta peligrosa profesión y les tocó vivir una de las páginas más difíciles de su historia. Muy pocos de ellos traspasaron esa dura barrera impuesta por el tiempo, poquísimos disfrutaron todas las bondades que ofreció una época moderna en nuestro campo. El retiro o la muerte los sorprendió sin desprenderse de aquellos calores impuestos por los antiguos barcos de caldera.
El Bicho era el contramaestre de la motonave Habana cuando me enrolaron como agregado de timonel en el año 68, increíble, nunca pensaría que cuarenta años después le dedicaría unas líneas desde mi eterno exilio. Nadie sabe las vueltas que da la vida, un breve pasaje por esta tierra ausente de penas y glorias para muchos, una divertida aventura para otros. Interesante ha sido para mí en ese largo y promiscuo recorrido que realiza todo marino dejando tras de sí cientos de singladuras, botellas vacías y mujeres rogando por un regreso que nunca se produce. Mi debut como lobito de mar se produjo en una época donde la poesía y romanticismo por la aventura iba desapareciendo. Se aniquiló viejos valores, sentimientos, el verdadero sentido de esa vida colmada de peligros, risas etílicas, gemidos exagerados a la orilla de cualquier playa ante la mirada sorprendida de un cangrejo y los sargazos acariciando los talones de los pies.
Me dijeron que yo relevaría a una generación de hombres corruptos, contrabandistas por excelencia, enemigos de la “revolución”. ¿Saben una cosa? Durante los momentos que me narraban esas horribles historias, la de hombres prostituidos que trataban de recuperar en tierra el tiempo detenido de sus vidas en el mar, yo me las creí, pensaba que me decían la verdad y me acordaba de aquellas viejas historias de piratas. Luego, cuando me sumergí dentro de las olas de sus vidas, fui contagiado por aquellos viejos vicios, y lo peor, nunca hice nada por curarme de aquel seductor embrujo. Yo era la prolongación de sus existencias, solo que después, me vi obligado a utilizar un rostro diferente al mío. Los recuerdo con mucho cariño y nadie sabe cuánto hubiera deseado tenerlos como subordinados en mis años de oficial, esto lo he manifestado en varias oportunidades.
El Bicho era un tipo que se distinguía de los demás por muchas razones, el churre que siempre lo acompañaba era uno de sus señales distintivas. En aquellos tiempos el agua era racionada y solo se ponía al servicio de la tripulación media hora al levantarnos, media al mediodía y una hora por la tarde para bañarnos. Pancho se bañaba diariamente, al menos, cuando la temperatura no viajaba tan bajo en los termómetros y la calefacción funcionaba bien. ¡Pa’qué me voy a bañar, si no he sudao! Fue una justificación muy común cuando nos encontrábamos en Europa, al bicho no había que darle mucha cuerda tampoco. Aunque se bañara, Pancho se ponía el mismo pijama de siempre, nunca se le conoció otro. Nadie podía criticarlo por esa enfermiza selección suya, el problema radicaba en que no la lavaba durante todo el viaje y apestaba a chivo ruino y sin capar, estaba tan sucia como la ropa de cualquier maquinista.
Yo creo que le decían El Bicho por un tic nervioso imposible de ocultar, subía y bajaba con demasiado apuro el hombro derecho, como si lo estuviera picando una garrapata, yo creo que ese tic se extendía hasta el rostro, me parece que sí, ahora lo recuerdo bien jugando dominó y cómo le caía la ceniza del tabaco encima de la camisa de su hediondo pijama. Pero eso no era lo peor tampoco, ¡coño!, había que pararse en la puerta del camarote del Bicho, caballeros, sin jodederas, aquella cueva tenía más peste que la jaula de los leones del zoológico de La Habana, era pa’cagarse. Encima de todo esto, no sé cómo carajo se las arreglaba para tener un cabo de tabaco eterno en la boca, no me viene a la mente verlo encendiendo un tabaco entero. ¡A correr cuando se reía! Sus dientes eran naturales, pero todo parece indicar que de tanto uso se le fueron gastando con los años. Es muy probable que se presentara como gladiador ante una manada de tiburones para batirse a mordida limpia y como la piel de los escualos es como el papel de lija, se les gastaran entre tantas batallas y apuestas, los tenía bien chiquitos. Pero eso no era lo peor, era mejor decirle que nunca se riera aunque estuviera muy feliz. No se imaginan la triste impresión que causa esa hilera de dientes de un color ámbar y el vaho a nicotina que despedía con cuanta palabra pronunciara, de truco. Por estas y muchas razones, Pancho se encontraba en retiro espiritual y no salía a tierra cuando el barco atracaba, solo lo necesario, el tiempo indispensable para comprar su pacotilla. Ese era otro de los problemas que le criticaban a esa generación de viejos piratas cubanos, era muy condenado en aquellos tiempos estar comprando comida en el extranjero. La pacotilla del Bicho estaba compuesta por un saco de arroz, frijoles, una lata de cinco galones de aceite, cajas de puré de tomate, latas de sardinas, latas de chorizo español, aceitunas (me dijo que eran para los picadillos), gomas usadas de autos (creo que el bicho tenía un cacharro tan sucio como su camarote) En fin, nosotros, como parte de la nueva generación de marinos formados por la “revolución”, estábamos obligados a combatir esos vicios propios de una sociedad decadente como la capitalista. Además, se vendía una imagen falsa de la situación en Cuba, ¿quién coño había visto a un verdadero marino comprando estas mierdas? Así mismo nos decían, como si nos estuviéramos muriendo de hambre, como en África o Haití, había que combatirlos.
El Bicho tenía muchos defectos que nos molestaban enormemente y nos ponía agresivos, pero él se cagaba en todas esas amarguras y continuaba sus planes, se comportaba a veces como un verdadero militante de los que empingan, por no decir que le joden la existencia a cualquiera. No habíamos salido de un mal tiempo, no se podía trabajar en cubierta por estar embarcando agua de mar, y Pancho siempre inventaba cualquier pincha en el pañol de proa. Yo creo que lo hacía por no resistir estar trancado en aquel apestoso camarote. Nos llevaba a todos para la proa y la situación se tornaba en ocasiones irresistible, ese sube y baja violento por las frecuentes cabezadas le provocaba vómitos a unos cuantos. Para resolverlo, el muy cabrón tenía una teoría que debe datar de la época de los piratas, decía el muy hijoputa: ¡Tomen agua de mar y miren hacia el horizonte! No sé si le resolvió el problema a los demás, yo nunca me maree y cuando me encojonaba lo dejaba en su tortura y me metía en el camarote. Luego iba y le daba las quejas al Primer Oficial, que en aquellos tiempos era el gallego Meléndez, tremendo singao. Aquello era como la vida en el ejército, siempre piensas que las cosas que te hacen los superiores son con el objetivo de hacerte la vida un yogurt y no te equivocas, el de arriba siempre caga al de abajo, pero es innegable que todas esas situaciones nos ayudan a enfrentar la vida, eso lo comprendí mucho después cuando tuve de subordinados a marineritos de pacotilla.
De que eran contrabandistas no cabe la menor duda, pero lo eran en menor cuantía, contrabandistas de mierditas y regateo. Años posteriores los conocí de puntería, gente que llegó a traficar con drogas, por eso digo que aquellos viejos piratas eran niños de teta al lado de esas nuevas generaciones comprendidas dentro del mundo correspondiente al “hombre nuevo” formado por la revolución. Aquellos vendían tabaco y ron para resolver sus problemas o quizás pagarse una puta, algo muy normal en la vida de los marinos. Pero los últimos jugaban al duro y le causaban daño a la humanidad, hablo con dominio de causa y no lanzo disparos de salva al aire, varias veces me propusieron traficar con cocaína en La Habana y por poco me atrapa la tentación. Sacaba cuentas lógicas, me la tenía que jugar para sacar de contrabando 20 cajas de Cohíbas, era mucho más simple sacar un kilogramo de polvo y te buscabas mucha más plata, la corrupción del hombre nuevo llegó a esos extremos. Pancho pensó que los nuevos lobatos éramos comemierdas y estando atracados en Rótterdam o España, nos zumbaba a trabajar colgados en guindolas para darle un mantenimiento injustificado al casco del buque, nosotros no les hacíamos mucho caso y dejábamos que se defendieran. En la medida que comprendieron que muchos de nosotros no éramos “chivatos”, las relaciones mejoraron y se estableció esa relación de hermandad que siempre existió entre los hombres de mar. Cuando llegábamos a cualquier puerto cubano, ellos, los viejos que se consideraban en una especie de retiro espiritual, se ofrecían voluntariamente para asumir nuestras guardias mientras los jóvenes nos íbamos de putas. Plantaban una mesa de dominó debajo de la torreta de la bodega número tres, una botella de ron que compartían tranquilamente y quien sabe, quizás disfrutaban de sus recuerdos como hago yo actualmente, es una ley de la vida, hay que darle paso a la juventud y en ese aspecto ellos estaban muy concientes del rol que una vez les tocó jugar en esta vida, egoísmo actual de quienes se aferran a imponer viejos estilos a los nuevos.
No puedo negar que jodimos a Pancho como a nadie, siempre existió un respeto casi sagrado por la jerarquía a bordo de todos los barcos. Cada buque era construido en consideración a esas diferencias, siempre será así y pobres de los que creen en la igualdad social. Siempre existirán los de arriba y los de abajo, un buque no estaba excluido de esos viejos y vigentes conceptos. Un buque era una extensión de cualquier sociedad, la oficialidad era una representación de la clase gobernante o privilegiada, la marinería era ese pueblo, yo estuve en las dos partes y el salto de un nivel a otro fue casi traumático. Existe un largo período de tiempo donde ya eres cowboy y continúas pensando como indio, eso me pasó a mí.
La entrada al comedor era una comedia trágica, la marinería debía esperar por el contramaestre, era la máxima representación de las clases bajas, el pueblo. Pero Pancho era implacable a la hora de la jama, por regla general se ponía una fuente de sopa, otra de arroz, una de cualquier tipo de carnes y la última de ensalada. Lo normal sería que una persona se sirviera la sopa como entrada de acuerdo a nuestras costumbres. Pancho se elevaba por encima de todo el mundo y desde la cabecera de la mesa de los tripulantes de cubierta, la que él presidía, extendía su apestoso brazo, no olviden que siempre vestía el sucio pijama. Con el desafiante tenedor pinchaba la pieza más grande que existiera en la fuente de las carnes, poco importaba si era medio pollo, un bistec o un filete de pescado, el asunto es que debía ser el más grande de todos. Lo colocaba en su plato llano y después se servía la sopa, era el único con ese posesivo proceder en nuestra mesa. Un día nos pusimos de acuerdo con el camarero y le pedimos que colocara la fuente de las carnes lo más alejada posible de su puesto, cuando sonó la campana y El Bicho se sentó. El último marinero agarró la fuente y se sirvió la pieza más grande, luego fue pasando la fuente entre la marinería mientras Pancho permanecía con su tenedor en el aire. No habíamos roto la disciplina, él había sido el primero en sentarse, pero ese día le dejamos la pieza más pequeña.
No conforme con nuestro sordo desafío, se presentó al día siguiente muy temprano en el comedor y cuando el camarero colocó alejada la fuente del plato fuerte, la cambió con todo el descaro del mundo hacia sus dominios, ese día nos jodió, pero nosotros no nos dábamos por vencidos así de fácil. La participación del camarero fue neutralizada por ese viejo cabrón, nos vimos obligados a viajar un poco más lejos y captamos al cocinero. Cosa rara que haya aceptado, porque el gordo Nocedo no entraba en jodederas, pero logramos convencerlo, solo era necesario esperar al día que ofertaran bistec empanizado. Ese día fue para cagarse de la risa, cortamos un pedazo de saco de yute grandísimo y lo empanizamos, tenía la apariencia de un perfecto bistec. El camarero volvió a colocar la fuente alejada del puesto ocupado por El Bicho, pero él se preocupó en entrar antes de tiempo al comedor y cambiarla hasta ponerla a su alcance. Como era de esperar, se sirvió aquello que parecía una sábana y después procedió como siempre, se sirvió la sopa y la aspiraba con el estilo de los japoneses. Ese día nadie tomó sopa, todos nos inclinamos por la carga sólida, él tuvo que sentirse extrañado por ese cambio en nuestras costumbres. Luego, trataba de cortar, aplicaba toda su fuerza y ésta era interrumpida por los golpes de su tic nervioso. El hombro derecho lo traicionaba, también la parte derecha de su rostro, aquellos movimientos fueron más acelerados, lo condujeron a la desesperación mientras todos nos levantamos de la mesa y esperamos en el saloncito de tripulantes. ¡SON UNOS HIJOS DE PUTA! Gritó vencido en su asiento, el camarero le llevó un bistec verdadero y se calmó los nervios.
El gardeo era muy fuerte y El Bicho tuvo que cambiar sus tácticas, nada de trabajos en la proa cuando había mal tiempo y menos, colgar a la gente en una guindola cuando iban a vender su contrabando. Navegar con aquella gente bajo la influencia de sus “negativos” ejemplos, combinó perfectamente a dos generaciones distintas de marinos, éramos una familia que amaba su barco, sentimiento muy bien trasmitidas por aquellos viejos lobos de mar. No conforme con los resultados obtenidos, cada una de aquella admirable gente fue separada de la marina sin razones que justificaran esa medida, solo el haber navegado en viejos barcos cubanos durante el “capitalismo”, no existía otra razón.
El Bicho estuvo trabajando de pañolero en los muelles Aracelio Iglesias, fue condenado a la misma mendicidad del proletariado sin otra justificación que la de ser muy buen marino, pero con el defecto de conocer la historia de los verdaderos hombres de mar, cobrar todas las horas extras, dietas, horas extras-pesadas por limpiar bodegas, etc. Privilegios que después fueron eliminados con el objetivo de borrar rezagos del pasado. Sentí mucha pena cuando lo vi en aquellas condiciones de vida y llegaba hasta el buque para solicitarme una pastilla de jabón u otra porquería. La alegría se perdía en mi rostro y me arrepentía por aquellas maldades juveniles que le jugamos más de una vez. Sin embargo, nunca hubo reproche o rencores entre nosotros, no lo condené por esos días innecesarios en el pañol de proa después de un mal tiempo. Él no me habló del bistec de saco y otras travesuras que cometen los jóvenes.
Tengo un purificador de aire en mi oficina, pero es insuficiente, yo no fumo tabaco, pero cuando salgo y regreso siento el olor a nicotina. Me viene a la mente el camarote del Bicho y sus gritos cuando íbamos a arriar las plumas de carga. ¡Aboza, reconoce! Y los marinos llevando el amantillo desde la cornamuza hasta el tambor del winche. ¡Cobra, suelta la boza! Y el puntal que era arriado a mano ante la mirada diligente de un buen contramaestre. Pancho es solo un recuerdo, quizás nadie se acuerde de él, ni sus hijos, así es la vida allá, así es la vida aquí. Unos, porque tratan de olvidar, el pasado constituye una pesadilla. Otros, porque se intoxican con una CocaCola, el pasado es su peor pesadilla. Nadie se acuerda de los soldados caídos en la guerra, todos corren a escribir de los generales.

Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2008-01-05

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífico relato, como la mayoría de los que sueles escribir.

En cuanto a Pancho, éste me recuerda a cierto Capitán que conocí y que tuve como compañero en muchas singladuras. En su camisa caqui podíamos adivinar los distintos menús con los que nos deleitaba el cocinero en las distintas travesías entre Europa y América.

Mi enhorabuena Esteban.

Anónimo dijo...

El bicho debe haber sido muy bien lo que describe el autor pero mucho
mas es el hombre de Mar sin escuela
maritima, solo eso el amor al Mar
y una vida dedicada a ella. Excelnte trabajo

Anónimo dijo...

Hola Esteban, gracias por tus historias haciendo memoria a propósito de la corrupción de los marinos de mambisa que se suponían sustituirían el viejo hombre, me viene a la mente un cocinero de los del “TIN CUBA” Nery. Estaba atracado en casa blanca y el y yo veníamos en la lanchita hasta la parada de la 1 en el parque que estaba al lado de trafico, recuerdo que había tremenda cola esperando la guagua y nos paramos a esperarla nosotros también. Y en la espera veo sorprendido como nos empiezan a rodear 6 o 7 perros callejeros dándonos vuelta como si fueran lobos rodeando a su presa yo realmente estaba acojonado y con tremenda pena porque toda la cola nos miraba intrigada, hasta que alguna gente empezó a tratar de espantar a los perros, otros se reían.
Yo realmente estaba pasmado era una mezcla de miedo a aquella jauría y con cara de no entiendo na, en eso Nery me confiesa con cara de tremendo miedo como si lo hubieran cogido, como que lo habían descubierto y me dice; “Asere que me llevé del barco más de 5 libras de carne dentro de los pantalones y los cabrones perros esos la están oliendo”. Por suerte la ruta 1 llegaba en ese momento y la cogimos. Después que paso el mal rato yo no sabia si reírme, llorar o matarlo.