jueves, 17 de abril de 2008

LUCHANDO UNAS RUPIAS




Hace algún tiempo hablé sobre un viaje a Bombay a bordo de la motonave “Otto Parellada”, fue algo descabellada aquella orden recibida, pero nuestro papel siempre fue el de cumplir órdenes. Nos enviaron hasta ese puerto para cargar unos ciento cincuenta bidones, puede que resulte una operación normal para ustedes, pero inexplicable para quien se dedique a estos negocios. No resulta sencillo justificar el movimiento de un barco desde Tailandia hasta la India por un volumen de carga tan insignificante, pero en Cuba todo se justifica con pocas palabras, “es un asunto del Estado”, tengan por seguro de que nadie preguntará absolutamente nada. Para que tenga una idea aproximada todo aquel que no se encuentra vinculado a este mundo de las transportaciones marítimas, deben tenerse en cuenta gastos de Armador (que en esa nave sobrepasaban los dos mil dólares diarios), combustible, practicaje, operaciones portuarias, cartas náuticas que se debieron comprar para realizar el viaje, gastos de agencias, etc. El consumo diario de aquel buque a velocidad económica era de 36 toneladas de combustible.
Al siguiente día de arribar a Bombay, llega un individuo de aspecto campesino con un portafolio en la mano y es recibido inmediatamente por el Capitán. Dijo el tipo que se encontraba agotado del viaje realizado, La Habana-Moscú-Nueva Delhi-Bombay, no recuerdo las horas o días que consumió en aquella travesía. En fin, nos comunicó que la mercancía era un producto utilizado en el proceso de producción del azúcar y que su demora en arribar al país pondría en peligro la presente zafra. En pocas palabras, recibimos la orden de realizar el viaje a toda máquina, lo que por supuesto, aumentaría el consumo diario de combustible hasta unas 38 ó 39 toneladas diarias. Sin embargo, resultó contradictoria de acuerdo a la urgencia, la derrota recomendada para nuestro viaje hacia la isla. Se nos orientó realizarla por Sudáfrica y ante nuestra insistencia de que el viaje sería mucho más largo que si se realizara por el Canal de Suez, aquel guajiro solo alcanzó a decir que debíamos burlar las posibilidades de demandas de los acreedores que Cuba tenía pisándole los talones.
Comenzaron las preparaciones para recibir la carga y recibí en mi camarote al agente que se encargaría de comprar los materiales para el trincaje de la mercancía. Hablé cómodamente con él, no era mucha la madera que utilizaría en ese embarque, pero le manifesté mis intensiones de buscarme algo de plata, poco me importaba si eran cien o mil rupias, el asunto era lucharlas. Para esa operación, le sugerí que trajera dos facturas, una verdadera y otra falsa, si en el momento de firmar los documentos yo me encontraba acompañado de alguien, debía presentar la verdadera y romper la falsa. La corrupción en la marina había alcanzado niveles alarmantes y yo actuaba de acuerdo a la marea. Conmigo no había distinción entre rupias o yuanes, dólares o dinares, francos o yenes, yo agarraba lo que cayera y lo usaba en lo que fuera posible, cuando no existía la posibilidad de comprar nada me lo bebía, el lío era luchar y le estaba agarrando el gusto al asunto. Otros capitanes usaban una táctica bastante hipócrita, cuando se encontraban en países donde la moneda era papel sanitario como el peso cubano, reflejaban en su informe de viaje la devolución del dos o tres por ciento de comisión al Armador, se presentaban de esa manera como buenos patriotas. Recuerdo que una vez le llamé la atención a Montalbán en un viaje a Túnez por esa gracia, le dije; “Chico, esa es una falta tuya de ética profesional, luego viene otro capitán, acepta el toque, y sin darte cuenta lo echaste palante.” No me equivocaba tampoco, cuando pasamos por el Canal de Kiel, el viejo no renunció a los dólares que le entregaron de comisión por las compras que hizo.
Tampoco yo era un vulgar ladrón, yo me incluiría en el modelo de El Zorro, yo le robaba a los ricos y compartía con los pobres. O sea, allí, donde el toque era fuerte, y mencionemos a Holanda o Bélgica, yo encargaba botellas de bebida y CocaCola para todos mis subordinados. No solo para ellos, repartía a toda la tripulación incluyendo personal de máquinas y cámara, acción que nunca realizaban los corruptos jefes de máquinas y sobrecargos. Yo era tan generoso en ese aspecto que, donaba botellas para las actividades que se realizarían durante el viaje. De esa manera espantaba las miradas de los secretarios del partido y la CTC, ellos eran felices, yo era feliz y continuaba con mi teoría de que “el tiburón se moja, pero salpica”. Mis robos tuvieron resultados muy positivos, muchas ocasiones incluía en la lista de las bebidas algún material que me hacía falta para trabajar, hablemos de discos de pulidoras, cepillos, guantes, espejuelos contra impacto, etc. Materiales que el Armador estaba obligado a suministrarme y no lo hacía, o sea, le robaba a los propietarios de la carga (el Estado) para proteger las propiedades del Estado, no era tan inmoral.
Pero luchar se convirtió en una especie de obsesión y si existían dificultades el juego resultaba mucho más interesante. Aquel tipo con aspecto de guajiro se prendió de mí como una garrapata en el culo de un caballo, se movía constantemente conmigo, si yo iba para la proa, allí estaba el tipo a mi lado, si iba para la cocina lo mismo, así se mantuvo todo el tiempo y comenzaba a caerme mal, era como si estuviera vigilando todos mis movimientos. Luego, el individuo manifestó que no sabía ni papa en inglés, y si no sabe inglés, ¿cómo coño van a mandar a un socotroco como éste a realizar cualquier negociación?, porque estamos hablando de casi un millón de dólares. Por si las moscas, me limité al papel que debía desempeñar y no hablaba más de lo necesario. En uno de esos pases que pude desprenderme del tipo porque estaba ocupado con el capitán, hablé con el agente y lo alerté de quién era el personaje, sin muchos floreos le dije que el guajiro era de la inteligencia cubana y que no se le ocurriera traerme la factura falsa.
Aquellos bidones se cargaron en pocas horas y el buque dejó el muelle para dirigirse al fondeadero, debíamos esperar por el combustible para continuar viaje, pero al parecer, la plata del mencionado líquido no aparecía por ningún lado. Comenzaron a correr los días y llegó la fecha señalada para el vuelo del segurozo y lo vi descender por la escala con su portafolios y la misma ropa que había traído puesta. ¡Ah! Esto no se queda así, pensé cuando lo vi desaparecer en la lancha que lo conduciría al puerto, todavía hay tiempo para luchar. Hoy puedo mencionar esto porque la flota no existe y el capitán se encuentra retirado, poco importa si investigan.
-¡Asere! Todavía podemos buscarnos algo. Le dije y se sorprendió.
-¡Coño, no jodas! Estamos casi de salida.
-Qué salida ni ocho cuartos, la plata del combustible no ha llegado y eso se toma su tiempo.
-¿Qué sugieres?
-Manda a pedir una lancha y para los curiosos poca información, vamos a realizar gestiones a la agencia referente al dichoso combustible.
-¿Y después?
-¡Déjamelo a mí! De se indio me encargo yo. Lo pensó durante unos minutos hasta que tomó el VHF de su camarote y solicitó una lancha.
En el puerto tomamos un taxi, la ciudad se encontraba algo alborotada ese día y el tráfico era horrible, peatones, vacas y mendigos se disputaban el derecho a no respetar las leyes de tránsito. El indio se asombró por nuestra presencia y después de los acostumbrados saludos fui directamente al grano.
-¿Tienes la factura falsa?
-Sí, aquí la tengo. Respondió mientras la sacaba de la gaveta de su destartalado buró.
-Pues bien, vamos afirmarla y romper la verdadera, necesito plata.
-¿Ya se fue el hombre misterioso?
-Ya se fue al carajo, ¿qué, lo hacemos?
-Sin ningún problema. Respondió y procedimos con la operación fraudulenta. Me entregó un fajito de rupias gastadas y hasta descoloridas, muy sucias. No me molesté en contarlas, le pedimos un taxi y nos dirigimos a la zona cercana al puerto, dentro del auto dividí la cantidad a la mitad.
-Yo voy a comprarle alguna bobería al segundo oficial. Le dije.
-Yo me encargo de llevarle algo al jefe de máquinas y al sobrecargo. Contestó.
Cuando nos bajamos del auto la calle se encontraba repleta de gente con sus largos batilones, pancartas, tambores y cuanta matraca utilizan en manifestaciones. Todos los comercios habían cerrado y cuando preguntamos nos respondieron que se había iniciado una huelga de protesta por no sé cual razón. Nos apartamos de esa área por la fuerte presencia de militares y policías. Luego de andar decenas de cuadras, nos encontramos con el timbiriche de un merolico, solo vendía casetes y chucherías. En una pequeña grabadora tenía puesto un disco que me gustó, era una conga muy moderna, yo no conocía a la intérprete. Le compré dos casetes de la misma cantante que resultó ser Gloria Stefan, los demás fueron variados. El capitán no tuvo mucha opción tampoco y regresamos a nuestro barco con dos jabitas solamente.
-¡Coño! Ese guajiro de mierda tuvo que habernos echado brujería, mira lo que hemos sufrido para luchar unas rupias.



Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2007-06-10