martes, 15 de abril de 2008

SIRENAS



Cuando salí para Angola en el año 77, la presencia de mujeres en nuestra flota era escasísima। Solo unas pocas se encontraban navegando en nuestros barcos en aquellos momentos, unas cuantas viejas militantes del partido a las que por la sola posesión de aquel carné se les debía un exagerado respeto। No creo llegaran a la decena de ellas en una flota mercante que, superaba en esos instantes las sesenta naves de mediano porte dedicados a diferentes especialidades de carga. Cuando te cruzabas con alguno de esos “afortunados” barcos premiados con su presencia, te la presentaban con cierta y muy exagerada solemnidad que picaba en lo ridículo. Aquellos tripulantes las cuidaban mejor de lo que hicieron con el diamante del Capitolio una vez, nadie puede comprender los kilates que adquiere un huequito en medio de esa abstinencia sexual. Aquellas virtudes casi sobrehumanas que poseían esas “camaradas”, ponían en franca desventaja al más destacado de nuestros hombres de mar. Se idolatraban, protegían con ese celo no invertido en nuestros hogares, y cada quien, vivía pendiente de sus dolores de ovarios, períodos menstruales, ojeras, pretendientes, que en esos casos sobran y conforman una especie de lista de enrolo. No faltaban quienes en el afán de ganar sus simpatías, pasaban por el pantry y les fregaban las vajillas. Los hubo también que se atrevieron a un poco más, podías encontrarlos limpiando los comedores y pasillos. Eso me contaron los socios de la vieja guardia, los verdaderos caimanes que se reían ante tantos papelazos y esperaban pacientemente con la maldad y picardía del hombre que tiene carretera. Sus experiencias les demostraron que de nada servirían aquellos constantes ridículos, ella se inclinaría por el hombre de su selección y para escoger contaba con una manada de lobos desesperados por su huequito. En esas circunstancias, y lo pude comprobar en viajes posteriores, los hombres sometidos a esos prolongados períodos de abstinencia, renuncian a ciertos valores morales con tal de lograr su objetivo. Tengamos en cuenta que hasta estos momentos narrados, hago referencia a unas cuantas viejas, pero aún así, capaces de aportar más placer que una prohibida revista pornográfica.



Estando en Rótterdam, me entero que el barco de pasaje África-Cuba se encontraba reparando en los astilleros de la ADM en Ámsterdam, el Segundo Oficial de aquel buque era mi mejor amigo, desconocía la existencia de un pequeño ejército de muchachas allí enroladas. Es obvio que deba cambiarle el nombre a muchas de ellas, hoy deben ser respetables abuelitas. Éramos cuatro los que viajábamos en el taxi desde un puerto a otro para visitar amigos comunes y enviar alguna encomienda hacia La Habana, ellos tenían anunciada la salida dentro de poco. El N’Gola tenía programada una reparación en el mismo astillero después de culminar su descarga, pero las posibilidades de coincidir eran muy pocas. Cuando nos bajamos del taxi y nos aproximamos al portalón, notamos la presencia de varias de ellas junto al marinero que se encontraba de guardia. Le solicité localizaran a mi amigo y durante el tiempo transcurrido en la espera, intercambiamos algunas palabras con ellas. Ese día almorzamos en el barco, creo que una ración muy pequeña, quizás sacrificando el plato de otros tripulantes. Nada era sorprendente para nosotros que conocíamos de cerca la austeridad y racionamientos impuestos en nuestra marina.
Mi amigo me presentó a varias de aquellas hermosas muchachas, casi todas en franca relación con los tripulantes, se habían establecido especies de matrimonios que solo contaban con la legalidad impuesta por la lejanía de casa. Muchos decidieron compartir el mismo camarote aunque las camas fueran individuales, pero poco importa el espacio cuando es ampliado por la felicidad. La mayoría de ellas eran sumamente jóvenes y no poseían el carné del partido, serían aproximadamente cien las mujeres que integraban aquella tripulación, y por supuesto, quedaban bastantes plazas vacantes, el número de hombres era más reducido. De todas ellas solo conocía a una y me sorprendió su presencia allí, ya la he mencionado en otros trabajos. Candita había dejado a su hijo con una vecina o parienta para lanzarse en esa aventura por conocer el mundo y mucho más. Su marido andaba enrolado en otro barco, la encontré muy feliz y le dije cuatro cosas sin derecho alguno, solo el impuesto por la amistad, nos conocíamos desde hacía más de diez años. Quedé fascinado dentro de aquel palacio repleto de mujeres y envidiaba a mi amigo, pero no tuve otra alternativa que regresar a mi mundo negro.
Terminamos la descarga y partimos para Ámsterdam, allí continuaba el África-Cuba aún, todos los días le aparecía un problema nuevo. Mi amigo vino a visitarme acompañado de un médico con el cual entablé unas magníficas relaciones, era el día de su cumpleaños. Nosotros teníamos una dieta especial de bebidas que se iban acumulando en mi camarote durante el tiempo de navegación. Varias cajas de cerveza, botellas de whisky y garrafas de vino tinto descansaban en un rincón de mi camarote esperando por alguien. Ellos, llegaron acompañados de todas las calamidades que sirven de sombra a un marino cubano, pocos minutos después comenzamos a destapar botellas y los platos de saladitos llegaban después de cada llamada mía a la cocina. Decidimos comer en mi camarote y el servicio fue magnífico, Domingo era un excelente camarero y ese trabajo se encontraba comprendido dentro de sus funciones. Mis amigos solo observaban asombrados, yo me encontraba cumpliendo “misión internacionalista”. Solicité un taxi por teléfono y en el maletero del auto coloqué varias cajas de cerveza y otras botellas. Me pasaron escondido al barco, tuve que permanecer más de media hora oculto detrás de una estiba de paletas vacías, como si fuera un delincuente. Estuve a punto de regresar a mi barco, cuando mi amigo apareció en el portalón y me sugirió que entrara corriendo. Suena absurdo, pero estaba prohibida la entrada de nadie a bordo sin la autorización expresa del Capitán. Creo que el exceso de protección haya sido originado por la existencia de culitos cubanos, porque hasta donde tenía conocimiento, esas medidas nunca fueron tan severas.
Burlando varias cubiertas y pasillos que convertían al buque en una especie de laberinto sin final, me introdujeron clandestinamente en un camarote donde ya se encontraban presentes los invitados a la fiesta. Algunos formaban parejas y como era de esperar, procuraron a dos o tres solteras para que yo seleccionara o ellas me ahorraran el trabajo. La fiesta terminó tardísimo y solo recuerdo que una de aquellas muchachas me llevó para su camarote, allí me quedé dormido con la mano derecha acariciando la parte más secreta del cuerpo femenino.
El buque logró partir en lo que sería su única travesía al servicio de la marina cubana, partieron rumbo a Etiopía donde recibieron un cargamento de niños que, llegaron a Cuba sufriendo deshidratación, diarreas, y otros males. Aquel barco fue enviado a desguace después de ese “medio” viaje, nadie fue sancionado por la adquisición de aquel tareco. Estando ellos aún dentro del astillero, arribó el barco XX Aniversario y atracó en un espigón paralelo al nuestro. Solo era necesario bajar nuestra escala y andar el ancho de ese espigón para embarcar en aquella nave. Traían consigo un cargamento de unas cuarenta mujeres y las reglas impuestas por su Capitán no eran tan severas, podíamos entrar a nuestro antojo, pero yo prefería que ellos vinieran al nuestro, agobia estar escuchando siempre los mismos lamentos y yo llevaba más de ocho meses fuera de la isla. Un día, vino a visitarme Abelito, un marinero de la vieja guardia, lo hizo acompañado de una de aquellas camareras. Comenzamos a destapar botellas, creo que era un rito establecido por la mayoría de los cubanos, cualquier motivo constituía una fuerte razón para beber y celebrar, poco importa si eran nuestras desgracias.
-Esteban es mi socio desde hace diez años, hace falta que te lo tiemples, lleva ocho meses fuera de Cuba sin verla pasar. Parecería que estoy exagerando, hasta yo mismo me sentí sorprendido al escuchar esas palabras en Abelito. Creí que ella podía sentirse ofendida y provocar un escándalo, pero nada de eso ocurrió, asimiló muy bien la propuesta del socio. Abelito se levantó sin nadie solicitárselo y abandonó el camarote, pocos minutos después me revolcaba con aquella cubanita en el sofá.
Chacha.-
Era una mulatona bastante grande y de tetas muy pronunciadas que navegó conmigo a bordo del Pepito Tey. No era de un cuerpo muy atrayente, algo planchada de nalgas, pero lo que le faltaba de atractivo le sobraba en buen carácter. Mantenía muy buenas relaciones con toda la tripulación y no fueron pocas las oportunidades que le tumbaba una botella al Capitán y me la entregaba envuelta en una toalla cuando subía al puente. Desempeñaba la función de “mujer oficial” del Capitán, pero nunca se consideró la “Primera Dama” a bordo como otras, ella era muy sencilla en ese aspecto. Recuerdo que cuando recibíamos víveres en el puerto de La Habana, Chacha era la encargada de organizar a la tropa para colocar los víveres en gambuza y neveras, fueron poderes que adquirió por ser la mujer oficial del Capitán a bordo o se asignó voluntariamente allí, donde su carácter y fuerza para manipular sacos, sobrepasaba a la de muchos hombres. Luego, sin contar con nadie, Chacha asignaba dos o tres cajas de cerveza a la gente que realizaba esas pesadas faenas, era una líder espontánea que convenía tener a buen recaudo. El hombre partía a su casa donde lo esperaba su esposa “legal” y Chacha continuaba siendo la misma.
-¡Coño! Parece que este cabrón me echó brujería desde que llegamos a puerto, no me empato con nadie, ando bruja y tengo unas ganas de templar del carajo. Me dijo una noche en el portalón mientras realizábamos una guardia de rutina en los muelles de Regla.
-Y yo tengo unas cagaleras que ni te cuento, así que apunta pa’otro lao. Le contesté y ella se echó a reír, era mi socia.
Mercedes.- (nombre verdadero)
Bueno, existían varias Mercedes en la flota, pero ninguna tan fea y chivatona como ésta, por eso escribo su nombre verdadero. Todavía hoy no la concibo dándole un beso al negro Scull, este gallo era el secretario del partido en el Otto Parellada durante el reinado de Remigio Aras Jinalte como Capitán de aquel feudo de negros. Mercedes tenía los dientes más grandes y sobresalientes que una marmota, por eso lo del beso. Luego, era una negra bien canillúa, al extremo que nunca comprenderás cómo rayos aquellas paticas podían soportar el peso de su cuerpo. Porque hablando en plata, ella era un contrabajo en posición invertida, ¡claro!, sin las curvas de aquel instrumento musical. Por donde quiera que la observaras era cilíndrica, pero como he manifestado en varias oportunidades, un tibio orificio satisface mucho más que una revista porno y el posterior sentimiento de frustración cuando dejas hijos rejados en medio de todos los océanos. Esta primera dama con carácter político por sus vínculos con el secre de a bordo, que en algunos buques llegaron a tener más poder que el mismo Capitán, ocupaba uno de los secretariados de aquel núcleo de militantes y era temida por la mayoría de los tripulantes, era sencillamente implacable.
Cuando Remigio tomó vacaciones ella las solicitó también, ya mencioné algo de este buque en otros trabajos y mis referencias a la peor tripulación con la que me tocó trabajar en mi historia como oficial. Durante el fatal viaje realizado con ese socotroco, yo mantuve relaciones con una camarera durante todo el viaje, me había ganado esa calentica lotería. Pero aquellos negros cabrones no me aceptaban como ganador y trataron por todos los medios de arrebatarme el premio para entregárselo a su amo. ¡Okey! Yo aceptaba todas las disputas que se presentaran durante el viaje, ninguno de ellos eran enemigos míos, yo los comprendía, todos querían “mojar” y esa batalla por tratar de lograr a la hembra se produce hasta en los animales. ¡Coño! No es lo mismo tratar de conquistarla para ti a tratar de conquistarla para tu Capitán. En cualquiera de los barrios habaneros eso sería calificado de mariconería, esa lucha se extendió durante todo un viaje de seis meses, ya pueden imaginar el acoso a que fuera sometida aquella camarera “blanca”, considero necesario señalar su raza porque en los casos de las negras a bordo la situación era estable.
-Como este buque tiene tripulación fija, y como además, la compañera Mercedes es la esposa del camarada Scull, se procederá al desenrolo de la camarera María. Esas fueron las palabras de “El Niño”, individuo que ocupaba el cargo de secretario del sindicato de la marina mercante y ex tripulante de ese barco, durante una de las reuniones realizadas para analizar todos los fraudes tan comunes en esos tiempos. En una nota que escribí a éste y de la cual di copia a María le dije algo así: Ven acá, distinguido Secretario del Sindicato, ¿desde cuándo Mercedes es la esposa de Scull? ¿Es que la tenencia del carné la exime de su condición de “querida”? ¿Queridas o putas son solamente las mujeres no afiliadas al partido? El tipo nunca me contestó y menos enfrentó las demandas de María.
Silvia.- (su nombre verdadero)
Ella es una de aquellas sirenitas que llegó a graduarse de oficial de la marina mercante, pero de qué manera. Aquella graduación suya mereció un amplio artículo en la revista Mujeres o Mar y Pesca, no puedo recordar exactamente. Es para cagarse de la risa, no recuerdo si la habían nominado primer expediente durante el curso para Primer Oficial donde me gradué, porque ella estudió en el mismo grupo que yo. Resulta que la sirenita se sentaba entre dos individuos que eran lámparas, uno de ellos es Arturo Escobar, un Capitán que acudió desde su exilio en México para auxiliar a Hugo Chávez cuando la huelga de los tanqueros de Venezuela. Yo escuchaba como le soplaban todos los resultados de los exámenes a la sirenita, recuerdo que aquella muchacha, persona que no sabía pronunciar good morning, obtuvo cinco puntos de cinco posibles en el exámen de inglés. ¡Ah! Pero ella era también militante y su graduación era un asunto político tan importante como el viaje de Tamayo al Cosmos. Luego, andaba empatada con el viejo Capitán Cortinas e imagino verlo sobrecargado con el trabajo de su flamante oficial de cubierta.
Yoyi.- (almohadita)
Así le decían por ser de culo planchado y rellenarse con almohaditas, navegó conmigo a bordo del portacontenedor Frank País. No era mala gente, pero como andaba empatada con el sobrecargo y le lavaba la ropa al Capitán del barco, pensó tal vez que era la primera dama a bordo. No creo lo haya pensado, pudo considerarse así hasta el día que me enrolaron de Primer Oficial y le retiré los privilegios que poseía.
-Vicent, ¿dónde está la camarera? Le pregunté al mayordomo una mañana cuando bajé de mi guardia en el puente.
-¿Pasó algo? Me preguntó uno de los mejores cocineros de la flota a quien conocía desde hacía más de quince años.
-Que no he desayunado y ella me tiene que servir el desayuno.
-Ella me dijo que lo había dejado servido.
-Vicent, ¿cómo coño voy a comerme algo que está servido desde las siete de la mañana?
-Si tú quieres yo te lo sirvo. Me contestó apenado.
-No, Vicent, ese no es tu trabajo. Búscame a esa señora para que me sirva el desayuno caliente como es su obligación, ni yo tiemplo con ella, ni me lava la ropa, ¡llámala! El Capitán y su amigo sobrecargo trataron de reclamarme algo y los paré en seco. -¡No entro en piñitas! Espero que se lo metan en la cabeza.

Maritza.- (nombre falso)
Estoy un día cargando azúcar a granel en el puerto de Cienfuegos y en uno de esos pases que hacía con frecuencia por el portalón, me detiene toda la trova que una mujer dirigía a los tripulantes presentes en aquel momento. Me atrajo su dialéctica y filosofía de la vida. Oírla me remontaba a viejos parajes en la Corea del Norte, se parecía mucho a aquellas guías que nos narraban con palabras casi celestiales todas aquellas virtudes del gran líder. ¡Tremenda muela! De verdad, tenía mareado a su público, hasta yo me sumé. Yo me encontraba casi a su espalda y no podía verle el rostro, pero ya saben ustedes cómo son esas trovas, casi siempre el que las desarrolla se toma sus pausas para comprobar los efectos que surten en su público. En ese tira y encoje ella gira la cabeza y la atrapo de perfil. Yo la conozco, yo la conozco, yo la conozco. Esa idea me estuvo martillando durante varios minutos, pero no me atrevía cortar aquella casi evangélica inspiración. Continuó dando su teque cuando comprobó que la gente no estaba dispuesta a abandonar sus palcos, como si las hubieran pagado, extraño comportamiento del ser humano. Peor en nuestro caso que solo hablamos de bebidas y putas hasta la semana posterior a nuestra salida, después se borra el olor y sabor de una tibia vagina y somos víctimas fáciles de la depresión. Yo la conozco, yo la conozco, yo la conozco. Insistía el hijoputa que siempre llevo dentro, pero no le había adivinado el rostro. Media hora después se detiene nuevamente y pide permiso para ir hasta el baño, les promete regresar, insinuó tal vez que el discurso se encontraba inconcluso. Como la puerta se encontraba justo a un metro de su posición, tuve que conformarme con su cabellera. Mi vista la persiguió a través del cristal de la puerta, pero en ningún momento viró el rostro, la observé doblar y perderse por la escalera interior de la superestructura.
-¿Quién es esta jeva? Lancé la pregunta por simple curiosidad.
-Esa es la jeva del telegrafista. Me respondió el timonel de guardia, yo insistía mantener la mirada a través del cristal de la puerta.
-¿De cuál telegrafista? Le pregunté al timonel.
-Del nuevo, del que enrolaron hoy. Respondió un camarero de la brigada de guardia. Ella apareció nuevamente en el pasillo y en la medida que se adelantaba a la puerta, mi mente retrocedía una pila de años. Abrió la puerta y salió.
-¿Usted no se acuerda de mí? Le pregunté sin maldad y palideció al mirarme a los ojos.
-Bueno, compañeros. Mi esposo se siente algo mal y debo retirarme al camarote, tengan buenas noches. Cerró la puerta y la vi desaparecer nuevamente por el mismo camino. Creo que Rojitas, el timonel de guardia se llevó el pase, pero era muy discreto para estas cosas. Bajé hasta el muelle para observar los calados con la ayuda de mi linterna, Rojitas bajó tras de mí, no me detuve y continué caminando hasta la proa, él me siguió.
-Asere, ¿cuál es la intriga, esa jeva se cagó cuando te reconoció?
-No sé, parece que me confundió con alguien. Le respondí sin darle importancia a su curiosidad, no quise contarle que aquella mujer era la muchacha que Abelito me había presentado en Ámsterdam cuando andaba en el XX Aniversario.
-A otro con esa, macri. Yo te conozco perfectamente.
La muñequita.- (no recuerdo su nombre)
Era un caso muy famoso dentro de la marina mercante, nunca navegó como subordinada mía, pero los socios me contaron bastantes historias sobre esta curiosa mujer. Dicen las malas lenguas que ella era camarotera, o sea, la persona que limpia los camarotes y pasillos del barco. Pues cuentan viejas leyenda que siempre andaba cargando una muñequita junto a sus enseres de limpieza, cuentan esas mismas lenguas que, aquella amada muñequita se quedaba en el camarote del afortunado con el premio gordo. Por la noche, la sirenita pasaba a recoger su adorada muñeca, su estilo era muy simpático y original.
Doctora Dora.-
Una admirable mujer, compañera y amiga que navegó bajo mi mando a bordo del Aracelio Iglesias. El Capitán Miguel Haidar trató de presionarme para que le realizara una mala evaluación cuando le resultó imposible conquistarla. Dora hacía vida de pareja en aquellos momentos con Raidel, un maquinista compañero de estudios, luego se unieron en matrimonio. Por supuesto que no respondí a las presiones ejercidas y le hice la evaluación que se merecía, advirtiéndole que no debía firmar otra. Estoy convencido de que esta sirena me recordará con mucho cariño, el mismo con el que hoy la menciono en estas pocas líneas.
Gladys.- (su verdadero nombre)
Era una vieja mulata que una vez tuvo sus quince, quedaban rasgos de un cuerpo muy bien delineado y por supuesto, muy demandado en su juventud, pero aquello no dejaba de ser solo recuerdos. La flacidez de sus carnes la iban invadiendo poco a poco y restaban belleza casi a diario. Es una ley inviolable de la vida, y peor allí donde las mujeres carecen de tantos productos que las ayudan a mantenerse. Su rostro no era bello, su nariz era algo achatado, muy común en los negros, aunque como dije anteriormente, ella era mulata, una mulata cargada de pecas. Puede ser que ver desaparecer su juventud y belleza la fueran convirtiendo en una mujer frustrada y cargada de odios, la envidia también formaba parte de su inventario, Gladys era la sobrecargo a bordo. Navegué con muchos hombres que ocuparon esa parásita plaza existente en la flota de aquellos tiempos, la mayoría eran ladrones, chivatos, vagos, chismosos, existieron excepciones muy contadas. Pero en el caso de esta mujer todo se multiplicó por diez, Gladys era más hija de puta que un ejército de aquellos hombres. Enseguida se enroló en la corte de Remigio Aras Jinalte, creo que recibió el trato de Princesa y supo aprovecharse de esa condición para amargarle la vida a los demás. Fue de las que más lucho para que la camarera me dejara y se empatara con aquel tipo, ¿qué otra ofrenda pudiera superar la entrega de una blanca a su Rey negro? ¡Claro que hubo tremendo racismo en ese buque!
-Gladys, todo tiene un límite en la vida y el de María se está agotando, ¡déjala tranquila! Fue todo lo que le dije esa tarde en el puente. Remigio convocó una junta de oficiales en su camarote y allí se me acusó de haberla amenazado, ella dijo algo.
-¡Míreme a los ojos! ¡Gladys, míreme a los ojos! Ella no levantó la mirada. -¡Hagan lo que les salgan de los cojones, no estoy para estas puterías! Me levanté y abandoné aquella comedia de mal gusto.
-Hace falta que agarres a Gladis en un pasillo y le caigas a trompadas. Le pedí a María cuando llegué al camarote y le expliqué lo sucedido. No hubo que repetir la solicitud, al día siguiente la agarró por el cuello en uno de los pasillos y cuando un cocinero del clan trató de intervenir, ella lo desafió, ¡ven maricón, pa’ti también hay! Después de ese incidente pudimos descansar un poco.
Gladys quiso recibir su vejez con todas las de la ley, estando en Shanghai algunos marineros compraron bebida en la calle y celebraron una fiesta en uno de sus camarotes. Gladys se emborrachó o la emborracharon, contaron las malas lenguas y trascendió a las reuniones del inmaculado partido, esa noche le pasaron el sable siete desesperados samurais.
-Si acaso te enteras que me caigo bajando de una guagua no lo creas, ve a esta dirección y dale candela al Lada que tiene este número de placa. Después, denle una buena entrada de patadas por el culo a esta vieja y si la hija se mete a defenderla pueden sonarla también, ésta es su dirección en La Habana del Este. Ya pasaré por aquí a pagarles el servicio. Fue todo lo que dije a un bandolero de Luyanó, alguien me había informado sobre las intenciones de esa vieja por pagar para que me propinaran una paliza.
Sirenas.-
Sería injusto calificarlas a todas por igual, las hubo malas y buenas, famosas e ignoradas, putas y decentes, víctimas y victimarias. De todas maneras y es una opinión muy particular, la mayoría de aquellas mujeres eran mucho más valientes que la media de nuestras tripulaciones. Pocas diferencias existen entre esas valientes mujeres de tierra y sus representaciones en el mar. Creo que todas las crisis formadas con sus presencias a bordo de nuestras naves, no fueron causadas por esas mujeres, fueron los hombres con la pérdida continua de valores morales. Existieron casos de camareras famosísimas cuyos motes recorrieron más de una vez nuestras tertulias, ¿quién no escuchó hablar de María bollo de palo?, ¿dónde no se mencionó a La Gallega?, ¿Qué Capitán no maldijo la presencia de aquella mujer Práctico de La Habana? No recuerdo si se llamaba Orquídea, las maniobras con ella solo respondían a intereses partidistas. Hoy debe ser toda una ancianita y debe contarle a sus nietos sobre complicadas maniobras realizadas en medio de una fuerte turbonada, quién pudiera saberlo. Lo cierto es que para subir y bajar la escala constituía todo un problema.
Yo, como Primer Oficial, hubiera deseado navegar sin ellas, comprendo que no era por sus culpas, pero un buque de cincuenta tripulantes con solo dos mujeres a bordo se convertía en un infierno, el hombre es más peligroso que un perro rabioso cuando nota la presencia de una hembra cerca. Una de aquellas sirenas cubanas fue asesinada a bordo de uno de nuestros buques estando atracados en Polonia. Yo conozco toda la verdadera historia, pero prefiero mantenerla oculta por sus hijos y nietos, sin embargo, nadie sabe si estas líneas servirán algún día para reconstruir la historia de nuestra marina, ese día será imposible ignorar ese crimen.
Como quiera que sea, la presencia de la mujer a bordo de nuestras naves no fue del todo negativo, los hombres mejoraron sus vocabularios, se preocupaban de su apariencia personal y los camarotes se mantenían más limpios, como la jaula lista para atrapar su presa. Linda o fea, aquellas mujeres eran de carne y hueso como nosotros, con virtudes y defectos, con todos los problemas humanos de nuestra tierra, con las sensibilidades humanas que no puede brindarte una revista pornográfica. Para todas ellas mi cariño donde quiera que estén.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2008-01-06