He mudado mi casa para los blogs de Conexión Cubana, sitio donde participo desde su fundación hace diez años. Los espero por allá, ya he incluido nuevos trabajos.
Un fuerte abrazo..
Esteban.
http://www.conexioncubana.net/blogs/escorado/
Escorado es una selección de relatos, crónicas y cuentos relacionados con la vida del hombre de mar. En este caso, nuestro viaje se realizará entre medusas, piratas, corsarios y bucaneros, que acompañados por ese aroma brindado por la marisma caribeña, se revuelcan entre olas, el amor, alcohol, aventuras y sufrimientos del hombre de mar cubano. Esteban Casañas Lostal
He mudado mi casa para los blogs de Conexión Cubana, sitio donde participo desde su fundación hace diez años. Los espero por allá, ya he incluido nuevos trabajos.
Un fuerte abrazo..
Esteban.
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El Río Jibacoa perteneció a un grupo de barcos de vapor que sirvieron de escuela a varias generaciones de marinos cubanos. Recuerdo entre ellos al Río Damují, Caonao, Bahía de Tánamo, Bahía de Siguanea, Bahía de Santiago de Cuba, Ignacio Agramonte y Carlos Manuel de Céspedes. Por las condiciones de vida tan difíciles a bordo de esas antiguas naves, se formaron en ellas aquellos rudos hombres de mar y magníficos navegantes. En ellos aprendí a gatear.
PANCHO, EL BICHO.
Su nombre era Francisco, imagino haya fallecido y pertenezca a ese inmenso ejército de fantasmas que me persigue con sus recuerdos, también le decían Pancho. Perteneció a esa generación de verdaderos marinos de los cuales he hecho referencia en varias oportunidades, hombres de mar que transpiraban salitre por cada poro de la piel. Gente que amaban como nadie esta peligrosa profesión y les tocó vivir una de las páginas más difíciles de su historia. Muy pocos de ellos traspasaron esa dura barrera impuesta por el tiempo, poquísimos disfrutaron todas las bondades que ofreció una época moderna en nuestro campo. El retiro o la muerte los sorprendió sin desprenderse de aquellos calores impuestos por los antiguos barcos de caldera.
El Bicho era el contramaestre de la motonave Habana cuando me enrolaron como agregado de timonel en el año 68, increíble, nunca pensaría que cuarenta años después le dedicaría unas líneas desde mi eterno exilio. Nadie sabe las vueltas que da la vida, un breve pasaje por esta tierra ausente de penas y glorias para muchos, una divertida aventura para otros. Interesante ha sido para mí en ese largo y promiscuo recorrido que realiza todo marino dejando tras de sí cientos de singladuras, botellas vacías y mujeres rogando por un regreso que nunca se produce. Mi debut como lobito de mar se produjo en una época donde la poesía y romanticismo por la aventura iba desapareciendo. Se aniquiló viejos valores, sentimientos, el verdadero sentido de esa vida colmada de peligros, risas etílicas, gemidos exagerados a la orilla de cualquier playa ante la mirada sorprendida de un cangrejo y los sargazos acariciando los talones de los pies.
Me dijeron que yo relevaría a una generación de hombres corruptos, contrabandistas por excelencia, enemigos de la “revolución”. ¿Saben una cosa? Durante los momentos que me narraban esas horribles historias, la de hombres prostituidos que trataban de recuperar en tierra el tiempo detenido de sus vidas en el mar, yo me las creí, pensaba que me decían la verdad y me acordaba de aquellas viejas historias de piratas. Luego, cuando me sumergí dentro de las olas de sus vidas, fui contagiado por aquellos viejos vicios, y lo peor, nunca hice nada por curarme de aquel seductor embrujo. Yo era la prolongación de sus existencias, solo que después, me vi obligado a utilizar un rostro diferente al mío. Los recuerdo con mucho cariño y nadie sabe cuánto hubiera deseado tenerlos como subordinados en mis años de oficial, esto lo he manifestado en varias oportunidades.
El Bicho era un tipo que se distinguía de los demás por muchas razones, el churre que siempre lo acompañaba era uno de sus señales distintivas. En aquellos tiempos el agua era racionada y solo se ponía al servicio de la tripulación media hora al levantarnos, media al mediodía y una hora por la tarde para bañarnos. Pancho se bañaba diariamente, al menos, cuando la temperatura no viajaba tan bajo en los termómetros y la calefacción funcionaba bien. ¡Pa’qué me voy a bañar, si no he sudao! Fue una justificación muy común cuando nos encontrábamos en Europa, al bicho no había que darle mucha cuerda tampoco. Aunque se bañara, Pancho se ponía el mismo pijama de siempre, nunca se le conoció otro. Nadie podía criticarlo por esa enfermiza selección suya, el problema radicaba en que no la lavaba durante todo el viaje y apestaba a chivo ruino y sin capar, estaba tan sucia como la ropa de cualquier maquinista.
Yo creo que le decían El Bicho por un tic nervioso imposible de ocultar, subía y bajaba con demasiado apuro el hombro derecho, como si lo estuviera picando una garrapata, yo creo que ese tic se extendía hasta el rostro, me parece que sí, ahora lo recuerdo bien jugando dominó y cómo le caía la ceniza del tabaco encima de la camisa de su hediondo pijama. Pero eso no era lo peor tampoco, ¡coño!, había que pararse en la puerta del camarote del Bicho, caballeros, sin jodederas, aquella cueva tenía más peste que la jaula de los leones del zoológico de La Habana, era pa’cagarse. Encima de todo esto, no sé cómo carajo se las arreglaba para tener un cabo de tabaco eterno en la boca, no me viene a la mente verlo encendiendo un tabaco entero. ¡A correr cuando se reía! Sus dientes eran naturales, pero todo parece indicar que de tanto uso se le fueron gastando con los años. Es muy probable que se presentara como gladiador ante una manada de tiburones para batirse a mordida limpia y como la piel de los escualos es como el papel de lija, se les gastaran entre tantas batallas y apuestas, los tenía bien chiquitos. Pero eso no era lo peor, era mejor decirle que nunca se riera aunque estuviera muy feliz. No se imaginan la triste impresión que causa esa hilera de dientes de un color ámbar y el vaho a nicotina que despedía con cuanta palabra pronunciara, de truco. Por estas y muchas razones, Pancho se encontraba en retiro espiritual y no salía a tierra cuando el barco atracaba, solo lo necesario, el tiempo indispensable para comprar su pacotilla. Ese era otro de los problemas que le criticaban a esa generación de viejos piratas cubanos, era muy condenado en aquellos tiempos estar comprando comida en el extranjero. La pacotilla del Bicho estaba compuesta por un saco de arroz, frijoles, una lata de cinco galones de aceite, cajas de puré de tomate, latas de sardinas, latas de chorizo español, aceitunas (me dijo que eran para los picadillos), gomas usadas de autos (creo que el bicho tenía un cacharro tan sucio como su camarote) En fin, nosotros, como parte de la nueva generación de marinos formados por la “revolución”, estábamos obligados a combatir esos vicios propios de una sociedad decadente como la capitalista. Además, se vendía una imagen falsa de la situación en Cuba, ¿quién coño había visto a un verdadero marino comprando estas mierdas? Así mismo nos decían, como si nos estuviéramos muriendo de hambre, como en África o Haití, había que combatirlos.
El Bicho tenía muchos defectos que nos molestaban enormemente y nos ponía agresivos, pero él se cagaba en todas esas amarguras y continuaba sus planes, se comportaba a veces como un verdadero militante de los que empingan, por no decir que le joden la existencia a cualquiera. No habíamos salido de un mal tiempo, no se podía trabajar en cubierta por estar embarcando agua de mar, y Pancho siempre inventaba cualquier pincha en el pañol de proa. Yo creo que lo hacía por no resistir estar trancado en aquel apestoso camarote. Nos llevaba a todos para la proa y la situación se tornaba en ocasiones irresistible, ese sube y baja violento por las frecuentes cabezadas le provocaba vómitos a unos cuantos. Para resolverlo, el muy cabrón tenía una teoría que debe datar de la época de los piratas, decía el muy hijoputa: ¡Tomen agua de mar y miren hacia el horizonte! No sé si le resolvió el problema a los demás, yo nunca me maree y cuando me encojonaba lo dejaba en su tortura y me metía en el camarote. Luego iba y le daba las quejas al Primer Oficial, que en aquellos tiempos era el gallego Meléndez, tremendo singao. Aquello era como la vida en el ejército, siempre piensas que las cosas que te hacen los superiores son con el objetivo de hacerte la vida un yogurt y no te equivocas, el de arriba siempre caga al de abajo, pero es innegable que todas esas situaciones nos ayudan a enfrentar la vida, eso lo comprendí mucho después cuando tuve de subordinados a marineritos de pacotilla.
De que eran contrabandistas no cabe la menor duda, pero lo eran en menor cuantía, contrabandistas de mierditas y regateo. Años posteriores los conocí de puntería, gente que llegó a traficar con drogas, por eso digo que aquellos viejos piratas eran niños de teta al lado de esas nuevas generaciones comprendidas dentro del mundo correspondiente al “hombre nuevo” formado por la revolución. Aquellos vendían tabaco y ron para resolver sus problemas o quizás pagarse una puta, algo muy normal en la vida de los marinos. Pero los últimos jugaban al duro y le causaban daño a la humanidad, hablo con dominio de causa y no lanzo disparos de salva al aire, varias veces me propusieron traficar con cocaína en La Habana y por poco me atrapa la tentación. Sacaba cuentas lógicas, me la tenía que jugar para sacar de contrabando 20 cajas de Cohíbas, era mucho más simple sacar un kilogramo de polvo y te buscabas mucha más plata, la corrupción del hombre nuevo llegó a esos extremos. Pancho pensó que los nuevos lobatos éramos comemierdas y estando atracados en Rótterdam o España, nos zumbaba a trabajar colgados en guindolas para darle un mantenimiento injustificado al casco del buque, nosotros no les hacíamos mucho caso y dejábamos que se defendieran. En la medida que comprendieron que muchos de nosotros no éramos “chivatos”, las relaciones mejoraron y se estableció esa relación de hermandad que siempre existió entre los hombres de mar. Cuando llegábamos a cualquier puerto cubano, ellos, los viejos que se consideraban en una especie de retiro espiritual, se ofrecían voluntariamente para asumir nuestras guardias mientras los jóvenes nos íbamos de putas. Plantaban una mesa de dominó debajo de la torreta de la bodega número tres, una botella de ron que compartían tranquilamente y quien sabe, quizás disfrutaban de sus recuerdos como hago yo actualmente, es una ley de la vida, hay que darle paso a la juventud y en ese aspecto ellos estaban muy concientes del rol que una vez les tocó jugar en esta vida, egoísmo actual de quienes se aferran a imponer viejos estilos a los nuevos.
No puedo negar que jodimos a Pancho como a nadie, siempre existió un respeto casi sagrado por la jerarquía a bordo de todos los barcos. Cada buque era construido en consideración a esas diferencias, siempre será así y pobres de los que creen en la igualdad social. Siempre existirán los de arriba y los de abajo, un buque no estaba excluido de esos viejos y vigentes conceptos. Un buque era una extensión de cualquier sociedad, la oficialidad era una representación de la clase gobernante o privilegiada, la marinería era ese pueblo, yo estuve en las dos partes y el salto de un nivel a otro fue casi traumático. Existe un largo período de tiempo donde ya eres cowboy y continúas pensando como indio, eso me pasó a mí.
La entrada al comedor era una comedia trágica, la marinería debía esperar por el contramaestre, era la máxima representación de las clases bajas, el pueblo. Pero Pancho era implacable a la hora de la jama, por regla general se ponía una fuente de sopa, otra de arroz, una de cualquier tipo de carnes y la última de ensalada. Lo normal sería que una persona se sirviera la sopa como entrada de acuerdo a nuestras costumbres. Pancho se elevaba por encima de todo el mundo y desde la cabecera de la mesa de los tripulantes de cubierta, la que él presidía, extendía su apestoso brazo, no olviden que siempre vestía el sucio pijama. Con el desafiante tenedor pinchaba la pieza más grande que existiera en la fuente de las carnes, poco importaba si era medio pollo, un bistec o un filete de pescado, el asunto es que debía ser el más grande de todos. Lo colocaba en su plato llano y después se servía la sopa, era el único con ese posesivo proceder en nuestra mesa. Un día nos pusimos de acuerdo con el camarero y le pedimos que colocara la fuente de las carnes lo más alejada posible de su puesto, cuando sonó la campana y El Bicho se sentó. El último marinero agarró la fuente y se sirvió la pieza más grande, luego fue pasando la fuente entre la marinería mientras Pancho permanecía con su tenedor en el aire. No habíamos roto la disciplina, él había sido el primero en sentarse, pero ese día le dejamos la pieza más pequeña.
No conforme con nuestro sordo desafío, se presentó al día siguiente muy temprano en el comedor y cuando el camarero colocó alejada la fuente del plato fuerte, la cambió con todo el descaro del mundo hacia sus dominios, ese día nos jodió, pero nosotros no nos dábamos por vencidos así de fácil. La participación del camarero fue neutralizada por ese viejo cabrón, nos vimos obligados a viajar un poco más lejos y captamos al cocinero. Cosa rara que haya aceptado, porque el gordo Nocedo no entraba en jodederas, pero logramos convencerlo, solo era necesario esperar al día que ofertaran bistec empanizado. Ese día fue para cagarse de la risa, cortamos un pedazo de saco de yute grandísimo y lo empanizamos, tenía la apariencia de un perfecto bistec. El camarero volvió a colocar la fuente alejada del puesto ocupado por El Bicho, pero él se preocupó en entrar antes de tiempo al comedor y cambiarla hasta ponerla a su alcance. Como era de esperar, se sirvió aquello que parecía una sábana y después procedió como siempre, se sirvió la sopa y la aspiraba con el estilo de los japoneses. Ese día nadie tomó sopa, todos nos inclinamos por la carga sólida, él tuvo que sentirse extrañado por ese cambio en nuestras costumbres. Luego, trataba de cortar, aplicaba toda su fuerza y ésta era interrumpida por los golpes de su tic nervioso. El hombro derecho lo traicionaba, también la parte derecha de su rostro, aquellos movimientos fueron más acelerados, lo condujeron a la desesperación mientras todos nos levantamos de la mesa y esperamos en el saloncito de tripulantes. ¡SON UNOS HIJOS DE PUTA! Gritó vencido en su asiento, el camarero le llevó un bistec verdadero y se calmó los nervios.
El gardeo era muy fuerte y El Bicho tuvo que cambiar sus tácticas, nada de trabajos en la proa cuando había mal tiempo y menos, colgar a la gente en una guindola cuando iban a vender su contrabando. Navegar con aquella gente bajo la influencia de sus “negativos” ejemplos, combinó perfectamente a dos generaciones distintas de marinos, éramos una familia que amaba su barco, sentimiento muy bien trasmitidas por aquellos viejos lobos de mar. No conforme con los resultados obtenidos, cada una de aquella admirable gente fue separada de la marina sin razones que justificaran esa medida, solo el haber navegado en viejos barcos cubanos durante el “capitalismo”, no existía otra razón.
El Bicho estuvo trabajando de pañolero en los muelles Aracelio Iglesias, fue condenado a la misma mendicidad del proletariado sin otra justificación que la de ser muy buen marino, pero con el defecto de conocer la historia de los verdaderos hombres de mar, cobrar todas las horas extras, dietas, horas extras-pesadas por limpiar bodegas, etc. Privilegios que después fueron eliminados con el objetivo de borrar rezagos del pasado. Sentí mucha pena cuando lo vi en aquellas condiciones de vida y llegaba hasta el buque para solicitarme una pastilla de jabón u otra porquería. La alegría se perdía en mi rostro y me arrepentía por aquellas maldades juveniles que le jugamos más de una vez. Sin embargo, nunca hubo reproche o rencores entre nosotros, no lo condené por esos días innecesarios en el pañol de proa después de un mal tiempo. Él no me habló del bistec de saco y otras travesuras que cometen los jóvenes.
Tengo un purificador de aire en mi oficina, pero es insuficiente, yo no fumo tabaco, pero cuando salgo y regreso siento el olor a nicotina. Me viene a la mente el camarote del Bicho y sus gritos cuando íbamos a arriar las plumas de carga. ¡Aboza, reconoce! Y los marinos llevando el amantillo desde la cornamuza hasta el tambor del winche. ¡Cobra, suelta la boza! Y el puntal que era arriado a mano ante la mirada diligente de un buen contramaestre. Pancho es solo un recuerdo, quizás nadie se acuerde de él, ni sus hijos, así es la vida allá, así es la vida aquí. Unos, porque tratan de olvidar, el pasado constituye una pesadilla. Otros, porque se intoxican con una CocaCola, el pasado es su peor pesadilla. Nadie se acuerda de los soldados caídos en la guerra, todos corren a escribir de los generales.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá.
2008-01-05
Me indicaron donde encontrar el camarote del sobrecargo, dos cubiertas más arriba de la principal. No se veían muchos tripulantes a bordo, era normal cuando se estaba en puerto, los que se hallaban francos salían a joder la pava, muchas más razones existían en Santiago de Cuba. El tipo era una muralla de carne humana algo deforme, unos seis pies de estatura envejecida, olor nauseabundo y rancio despedía toda aquella mole sudorosa. Para mostrarme que era un ser como yo, levantó la vista ante mi toque en su puerta, y pude ver sus enormes ojos a través de unas gafas con cristales fondo de botella. Con voz ronca me invitó a pasar, mientras su vista se recreaba entre papeles que tenía encima de su mesita, fue acompañada por la tos típica del fumador. Nóminas mezcladas con hojas de inventarios y facturas, compartían el estrecho espacio con un vaso a la mitad de ron Paticruzao. La botella se erguía como un faro en todo ese laberinto de papeles y el cenicero abarrotado de colillas de Populares. Sin mucho protocolo le solté mis documentos encima de la mesa y no esperé a que me invitara a sentar, era exigirle demasiada amabilidad a aquel mastodonte. Debo confesar que me cayó mal de gratis.
Me caían mal la mayoría de los Sobrecargos, eran parásitos a bordo de nuestros buques y con escaso contenido de trabajo. Tiempo libre suficiente para verse involucrados en constantes chismes, el otro tiempo libre era dedicado al robo. Fueron escasísimos los que conocí honrados, creo que ninguno hasta el día que embarqué en este buque. No quiero mencionarles el alto porcentaje de chivatos entre ellos, eran muchos. Por estas razones me cayó mal el gordo Argüelles, pocos días después comprobé que había sido injusto.
Argüelles era el tío de aquel General que mataron en Angola, eso lo supe por terceras personas, porque para serles franco, esa mole de carne no explotaba aquella condición. Su principal objetivo en la vida era meterse una botella de ron diaria y poco le importaba quién rayos era su sobrino, él era él, y así mismo se aceptaba y era feliz. Estaba vivo de milagro, no tanto como un milagro, pero si lo salvó su pilonería por la bebida, eso lo comprobé en los viajes posteriores. Si lo invitabas a darse un trago, Argüelles se servía el vaso entero sin mirar cuanta gente debía compartir de aquella botella, y eso encabronaba a la gente. Por esa razón, un día no le abrieron una puerta donde se encontraban bebiendo durante ese viaje que finalizaba, él tenía mejor olfato que los perros para detectar el alcohol. Aquella gente hizo caso omiso a sus toques, permanecieron en silencio ante su insistencia, bebieron a reventar, y pocas horas después fallecían en la enfermería del buque por ingerir alcohol metílico. Fueron tres muertos de un solo golpe, y aquellos que eliminaron al gordo de Argüelles por pilón le salvaron la vida.
El gordo no era ladrón como los otros sobrecargos, es que él no se molestaba en comprar pacotilla tampoco, su recorrido más largo era desde el buque hasta el primer bar que encontrara en su camino. Allí se sentaba a beber y ahogar tal vez sus penas, hasta que en medio de una fuerte borrachera regresaba nuevamente a la nave. Solo en Cuba pasaba trabajo y sus recorridos eran más largos por la escasez de bares.
Por la portilla de su camarote entraba una ligera brisa acompañada de la bulla de todos los estibadores, era un aire caliente y húmedo detestable, premiado siempre por la presencia de molestas moscas. El Jade Island era un barco viejo que no tenía aire acondicionado, una simple ojeada por el camarote y no observé nada anormal, bastante limpio para el olor acre de su dueño, pensé. Me entregó la llave del camarote del Segundo Oficial, éste se encontraba para La Habana. En aquella cubierta estaban los camarotes del Capitán, Primero, Segundo y Tercer Oficial, Enfermero y Sobrecargo. Era la cubierta más tranquila y limpia de todo buque. No puedo recordar si el camarote del Telegrafista se encontraba dentro del Cuarto de Telegrafía, en muchos barcos era así, pero han pasado muchos años de esta historia. Tampoco he logrado comprender nunca que el mayor porcentaje de la oficialidad de cubierta haya sido ocupada por blancos. En aquellos tiempos eran muy escasos los negros dentro de esta especialidad, y los pocos que llegaron a capitanes fueron beneficiados por su condición de militantes del partido, pero de poca relevancia técnica (para no ofenderlos) ¿Ejemplos? ¡Como no! Tenemos a Montenegro, Argudín (solo Primer Oficial), Gabriel Sánchez, Remigio Aras Jinalte y otros que hoy se me escapan de la memoria, pero que representaban un por ciento muy bajo dentro de todo el personal de la flota. Sin embargo, la cantidad de negros duplicaba a las de blancos en la especialidad de máquinas, puede que cometa errores en mis apreciaciones, en lo que se refiere al personal subalterno era así.
No es muy sencillo familiarizarse con la tripulación de un barco acabado de arribar, generalmente andan desesperados por salir a sus casas, y los que se encuentran a bordo tratan de escapar en sus tiempos libres a ligar algo en el puerto. Solo alcanzas a ver a los que se encuentran de guardia, y son muy pocos. Esas relaciones toman sus días, aunque casi siempre te encuentras con personal ya conocido que es el encargado en difundir referencias sobre tu persona.
Al otro día de mi llegada a Santiago arribó una amiga mía de Nicaro, no quise hacer gestiones para pasarla abordo y evitar de esa manera otras complicaciones. Dos días después, las organizaciones del buque de acuerdo con Carmen Rosa, una vieja negra que trabajaba en el Departamento de Atención al Tripulante en esa ciudad, y que para ser honesto, era la única gente que de verdad atendía a los tripulantes en toda la isla, organizan un trabajo voluntario para celebrar el cambio de nombre y matrícula del buque. A partir de ese día se llamaría “Renato Guitart” y se matricularía en Santiago de Cuba. Para el acontecimiento invitaron al padre de Renato al buque.
Yo me encontraba de Oficial de Guardia ese día, el trabajo voluntario consistía en descargar cajas de latería en conserva y asistieron varias mujeres que trabajaban en la Delegación de Marina Mercante en Santiago. En varias de las oportunidades que me asomé a la escotilla Nr. 3 donde estaban trabajando, una joven cruzó varias miradas conmigo y fue suficiente motivo para que yo bajara a participar también. Después de las cortas e improductivas horas de aquel trabajo hubo un brindis (palabra que sustituye a un tiro de cerveza) El padre de Renato dijo algunas palabras y al concluir ya estaba empatado con aquella muchacha.
Carmen Rosa organizó un viaje a la playa para celebrar el acontecimiento, es de destacar que en aquellos tiempos cualquier razón era suficiente para formar una pachanga. Nuestras vidas eran una constante pachanga de himnos, banderitas y medallas. Le dijo a todos los tripulantes que invitaran a sus novias para que no estuvieran sapeando a los otros, y de verdad que cumplió. La negra siempre cumplía su palabra, los tripulantes invitaron a todas las puticas de turno en el parque Céspedes. Una guagüita Girón para transportar a la tripulación y sus amigas, un camión para llevar los tanques de 55 galones llenos de hielo y cerveza, un lechón asado, y para amenizar se llevó a un dúo de trovadores que cantaba como Los Compadres.
El ambiente en la playa era espectacularmente familiar, yo estaba con la chica de Nicaro y compartía con un grupito muy alegre. Entre ellos se encontraba el Jefe de Máquinas que en esos instantes era Manolito “Huevo de Toro”, oriundo de Guanajay y un tipo muy chévere. Como mi amiga no había llevado trusa le di un calzoncillo mío que era una imitación a piel de leopardo y yo me bañé con otro parecido, eran una novedad en la isla, nadie supo qué eran en realidad. Allí bebimos y comimos a reventar, pero a la gente se le fue las manos en las invitaciones y llevaron a una muchacha de más. Ese fue el único problema, al verse sola se puso a joder con varios de los que iban acompañados.
Hicimos el amor apartados del grupo y sobre los dientes de perro, creo que no repetí esa experiencia en toda mi vida, terminamos con marcas en todo el cuerpo y lograr el orgasmo fue algo espectacular en semejante condición. No se lo recomiendo a nadie, pero tuvo sus encantos también. Al regresar ya todos se encontraban dentro de la guagüita esperando por nosotros, las evidencias del estado de embriaguez colectiva eran notables, pero su rasgo más distintivo lo ha sido siempre el volumen a la hora de hablar. Nosotros los cubanos somos gritones por naturaleza, pero con cuatro cervezas encima nos convertimos en un infierno, eso era la guagua en aquellos momentos. Para rematar la situación, los trovadores se habían trabado en las mismas letras de lo que me imagino fuera una canción, repetían hasta la muerte el mismo estribillo.
-¡No llores más, mentirosa!-
-¡No llores más mentirosa!-
-¡No llores más mentirosa!- Y no continúo porque gastaría muchas páginas en lo mismo, y de verdad, no quiero que vayan a pensar algo mal de mí.
En uno de esos espacios dedicados por los trovadores al silencio mientras de sonaban un laguer, porque no les había dicho que en medio del pasillo pusieron varios cubos con cerveza. Pues en medio de aquel repentino silencio, se levanta una negrita que estaba con el electricista de apellido Marañón, una negra con un culo fenomenal, pero algo canillúa como la mayoría de las negras puras. En fin, se levanta aquella negra culona y va directo hasta donde se encontraba la chica que estaba sin pareja, y le suena tremendo avionazo.
-Esto es pa que respetes a los hombres de las mujeres.- La chamaca se quedó sorprendida ante aquel inesperado avión que aterrizó en pleno rostro. Debo decirles que nadie movió un solo dedo del pie para evitar absolutamente nada.
-¡No llores más mentirosa!-
-No llores más mentirosa!- Continuaron los trovadores hasta la eternidad y ya me estaban encabronando con la misma trova. Pero bueno, yo iba muy bien acompañado y no le presté mucha atención a los acontecimientos, y menos aún al estribillo de mierda cantado por los borrachos trovadores. El chofer detuvo la guagua para darle botella a unos alemanes que pertenecían al barco de esa nacionalidad llamado “J. Fitche”, creo que ese era su nombre y el único extranjero surto en Santiago entonces. Continuamos nuevamente el viaje y el mismo estribillo de aquellos cabrones borrachos, ya algunos tripulantes se molestaban y les pedían que cambiaran, pero ellos se limpiaban el trasero con las solicitudes del público.
-¡No llores más mentirosa!-
-¡No llores más mentirosa!- En esa misma parte del disco, se levanta la chamaca a la que habían sonado el avionazo, pasa entre los alemanes que serían unos cinco, salta por encima de los cubos de cerveza y cae frente a la negra culona, allí mismo le suena su avionazo de desquite. Parte rauda y veloz para su asiento nuevamente, a su espalda una sola voz, la de aquella negra culona herida en sus sentimientos.
-¡Putaaaaa!-
-No llores más mentirosa!-
-¡No llores más mentirosa!- Sale aquella negra hija de pantera de los brazos de Marañón, brinca por encima de los cubos de cerveza colocados en el pasillo, empuja a los alemanes que no comprendían nada de lo que allí sucedía, y como una verdadera fiera cae sobre su presa. Todos disfrutábamos de aquella hermosa escena, detiene el guagüero aquel viejo vehículo y abre su puerta, él es el primero en descender. Lo siguen los alemanes muy asustados y sin decir nada continúan su marcha por la carretera sin mirar para atrás.
-¡Sangre cojones, yo quiero sangre!- Gritaba el chofer al lado de la guagua.
-¡Chicas, no se fajen, hay maridos para todas!- Gritaba la negra Carmen Rosa en medio del pasillo, pero la negra culona y la chamaca no entendían, eran las dueñas de aquel vehículo. Entre jalones de pelos y pasas, la negra culona hija de pantera le rompió la blusa a la chamaca que no tenía pareja, y saltó a la vista de todos nosotros unas hermosas y firmes tetas.
-¡No llores más mentirosa!-
-¡No llores más mentirosa!-
-¡Sangre cojones, yo quiero sangre!- Gritaba enfurecido el chofer mientras los alemanes se encontraban a unas tres cuadras de distancia y miraban para atrás asustados.
-¡No se fajen muchachas, hay maridos para todas!- Repetía la negra Carmen Rosa desesperada al lado de la guagua, no dejaba lugar a dudas su eficiencia como responsable de Atención a tripulantes.
-¡No llores más mentirosa!-
-¡No llores más mentirosa!- Continuaban aquellos borrachos comemierdas sin levantarse de sus asientos. Embarcaron todos nuevamente, el chofer fue el último y arrancamos. Se detuvo junto a los alemanes y prefirieron continuar caminando hasta el puerto. El que así lo deseó fue hasta los cubos y sacó alguna cerveza, una llegó hasta mis manos. Habíamos celebrado dignamente el cambio de nombre de nuestro barco.
Pocos días después, me llegué con un engrasador llamado Madrigal hasta el bar del hotel Casa Granda. En la barra se encontraba Argüelles sentado al lado de una vieja mulata. Argüelles hace años que es un fantasma, se murió mucho antes de mi salida de Cuba, es de esos fantasmas que hoy aparecen merodeando los teclados de mi computadora. Yo andaba corto de plata y se lo dije a Madrigal, me aseguró que no había problemas, porque el gordo siempre andaba con dinero de la caja chica del buque. Lo hacía para resolverle problemas a los tripulantes en tierra y allí mismo le pedí prestado cien pesos.
En las mesas de aquel bar casi vacío se encontraba Francisquito junto al Primer Oficial, Francisquito es otro fantasma que pasó a mejor vida, unos viajes después se quedó en Canadá y más nunca he sabido de él. Creo que era el único tipo aceptado como hippy en nuestra flota. Andaba con melena larga, vestía extravagante, y cuando lo consideraba oportuno se bañaba. El primer Oficial era Alfredo Vásquez, luego se hizo Capitán y su historial a bordo del buque Puerto Padre, era razón suficiente para que un individuo sin militancia del partido, fuera condenado a varios años de prisión en la isla. Fue uno de los últimos rostros cubanos que observé durante mi deserción en el muelle de St. Stephen, se encontraba acompañando a un miembro de la Seguridad del Estado, luego que fuera sancionado por sus fechorías.
Nos dirigimos a la mesa y dejamos al gordo en compañía de aquella vieja en la barra, las reglas del juego eran muy sencillas, aquel que llegara debía poner una ronda de cerveza y así lo hicimos. Un poco más tarde tendríamos ocupadas tres mesas.
-Caballeros, vamos a invitar a la vieja que está en la barra.- Propuso Alfredo, ya sabíamos también de sus inclinaciones carroñeras.
-Asere, deja a esa vieja tranquila, ¿no te llama la atención verla sola en una barra?- Le respondió Francisquito.
-Es verdad Vásquez, ¿pa qué carajo nos hace falta esa vieja en la mesa?- Agregó Madrigal.
-Yo voy echando en unos minutos a buscar una jevita, pero es verdad lo que dicen, ¿pa qué carajo van a traer a esa hermana de Matusalén a la mesa?- Intervine.
-Porque estamos sapeados, no tiene sentido estar bebiendo entre machos.- Trató de justificarse Vásquez. Bueno, no quiero cansarlos, a los pocos minutos no pudo contenerse y trajo a la vieja para la mesa, a ella no le aplicaron la ley de aquellos tripulantes.
Al pasar un rato ya estábamos enterados de que era barbera, no le quitaba la vista a la melena de Francisquito. Hablaba sin poder ocultar un diente de oro, y su lenguaje vulgar iba acompañado de un serio aliento etílico.
-¿Sabes una cosa? Esa melenita la usan los mariconcitos.- Le dijo a Francisquito de sopetón cuando nadie lo esperaba.
-Si, pero no te vayas a trocar conmigo, a mí me roncan los cojones.- Le contestó Francisquito y todos se rieron. Ella se sintió molesta con aquella respuesta y trató de ocultarlo, después continuó con apuntes biográficos que nadie le había sugerido. La conversación cruzada entre todos, había alcanzado niveles superiores en volumen al registrado en la guagua de la playa. Sin apenas darnos cuentas vimos junto a nosotros a aquellos dos Trovadores de días pasados, llevaban sus guitarras en ristre como cualquier soldado carga su fusil.
-Bueno muchachos, ¿les tocamos algo?- Preguntó el más viejo de los dos, creo que era el de la cara más dura.
-¿Y eso cómo se llama?- Intervino Madrigal al suponer que no cantarían de gratis.
-No se asusten muchachos, somos artistas del pueblo, unos laguer de vez en cuando.- Respondió el viejo mientras se acomodaba la guitarra al pecho y sacaba del bolsillo una uña de carey. Francisquito le dio dos cervezas del montón que había encima de la mesa, algunas comenzaban a calentarse.
-Bueno, pues suenen algo de Matamoros pa alegrar el ambiente un poco.- Solicitó el Cabo. Era un negro viejo, no tan negro y con la pasa suave, ocupaba la plaza de marinero de cubierta y fue otro de los que escapó a aquella muerte segura en el viaje finalizado. La mayor parte del tiempo andaba con un fuerte tufo a alcohol, pronto aprendí a hablarle a varios metros de distancia. Le decían así porque había pertenecido a la marina de guerra de Batista, pero ese infeliz hacía menos daño que una guasaza. Vivía en un solar de La Habana Vieja, creo que allí lo tenían recogido a cambio de la pacotilla que llevaba y el dinero que dejaba de pago autorizado. Solo poseía una camita personal donde radicaba una piloto clandestina, una tarde estuve bebiendo allí con otros marineros, él ya estaba reposando su borrachera. No se le conocía familia alguna, nosotros éramos sus parientes. Hace muchos años que el Cabo se convirtió en fantasma.
Iniciaron su actuación con el número titulado “Reclamo místico”, no sin antes dedicarle unas palabras ese gran compositor cubano. Lograron unos minutos de silencio con la presencia de aquellas bellas letras, la música tiene esa magia divina de calmar las pasiones. Yo los consumía con suma atención, siempre me he sentido atraído por la sublimidad de aquellas viejas composiciones. En lo que ellos cantaban llegó hasta la mesa “Teterita”, alguien le leyó las reglas del juego antes de acercar una silla, le hizo señal al camarero y solicitó una ronda que incluía a los trovadores.
Le decían “Tetera” porque era medio bitonguito, que no es lo mismo que afeminado, eso es para que no se vayan a equivocar. Era de aquellos blancos que trabajaban como oficiales de máquinas, siempre andaba rondando por el puente en sus tiempos libres, y allí le soltaba la misma pregunta de siempre.
-Ven acá Tetera, ¿no te equivocaste de profesión? ¡Asere! Le ronca el mango estar allá abajo tragando humo y ruido, para rematar, cagado de grasa desde que te levantas.-
-¡Coño! Pero eso es lo que me gusta hacer, asere.- Se reía y me seguía con la vista en todos los pasos de la derrota. Era hijo único, un día alquilamos una casa en Boca Ciega, llevó a su enferma madre, su esposa e hija. Muy buen muchacho ese Teterita, la última vez que me encontré con él fue el la Alameda de Paula, yo me dirigía a uno de los últimos buques donde navegara, nos saludamos con mucho afecto. Allí me explicó que se encontraba de Inspector de Máquinas, dentro de unos días partiría rumbo a Canarias en un barco cementero para realizar reparaciones. Tres días después, me sorprende la noticia de que el barco fue hundido frente a las costas orientales por un buque de pasaje norteamericano, no recuerdo si fue el Celebration. La proa de aquella nave entró por el camarote del Capitán, allí se encontraba Iván Freyre (Tetera), junto a otro inspector y el Capitán de la nave, solo ellos fueron tragados por el mar. Aún conservo con cariño la libreta de teléfonos donde me escribió su dirección. Tetera es uno de esos fantasmas que recuerdo con mucho cariño.
El camarero trajo una caja de cerveza y fue colocándolas entre las mesas, hubo un paro en la música y los trovadores se sirvieron una, ya no hacía falta pedirlas, no porque estuvieran contratados a tan bajo precio, es que los marinos éramos así de compartidores, y sabíamos de las penurias de nuestra gente.
-Esa melenita la usan los mariconcitos.- Dijo la vieja rompiendo de esa manera un espontáneo silencio.
-¿Por qué no te encarnas en otro?- Le respondió Francisquito mientras todos reíamos.
-¡Suenen otra de Matamoros!- Solicitó el cabo mostrando su boca desdentada. Las guitarras comenzaron a sonar y el viejo anunció que cantarían “Juramento”, otra bella pieza. Creo que si les pidieran todo el repertorio de Matamoros, ellos serían capaces de complacernos. Para los trovadores santiagueros era un orgullo cantarle a ese gran maestro de su tierra. Se acercó a la mesa Antonio, enseguida le advirtieron de las reglas del juego y llamó al cantinero.
Antonio era el Segundo Oficial que se encontraba en La Habana, me lo presentaron al instante y Alfredo se alegró con su presencia. Tony, conocido como El Gallego, sería quién lo relevaría como Primer Oficial ese viaje. Era un tipo sumamente noble en aquellos tiempos, jodedor, y al hablar tenía cierto acento español.
Cuando entramos en confianza yo me orinaba de la risa con sus cuentos y ocurrencias. Uno de esos cuentos no los he podido olvidar nunca, bueno, no fue un cuento tampoco. Resulta que iban navegando para Varna y Antonio había confeccionado la derrota para recalar directamente a la entrada de ese puerto búlgaro. Cuando el Capitán llegó al puente y vio la posición del buque le entró un ataque de histeria, comenzó a gritar algo así; << ¡Hay Antonio, me has embarcado!>> Solo atinaba a decir eso y hasta lloraba. Dicen los tripulantes que Tony lo agarró por el cuello y lo lanzó sobre el sofá del cuarto de derrota. Allí aumentaron los gritos del Capitán; << ¡No me des Antonio! ¡No me des Antonio!>> Mientras éste mantenía el puño en alto para sonarlo. La cosa viene porque Tony al preparar la derrota de entrada a Varna no consultó un libro titulado “Nemedri” donde vienen registradas todas las áreas que aún quedaban minadas desde la Segunda Guerra Mundial. El buque se encontraba navegando en esos momentos dentro de la zona cuando el Capitán subió al puente, afortunadamente no pasó nada, solo un susto. Aquella amarga experiencia de Tony me sirvió de lección, yo tampoco sabía nada de la existencia de ese libro, y recuerdo que años posteriores le hablé de él a mis alumnos en la Academia Naval, pero no estaba comprendido en el contenido de mis clases de navegación tampoco.
El camarero llegó con otra caja de cerveza que fue distribuyendo entre las mesas y Antonio ya se encontraba sentado a mi lado, los artistas se tomaron unos minutos para refrescar la garganta. Esta breve parada coincidió con la entrada al bar de García, quién se dirigió hasta la barra para hablar con el gordo Argüelles, pudimos ver cuando éste metió las manos en el bolsillo y le dio dinero, era bueno tener un banco como el gordo. García ya conocía las reglas y solicitó al camarero por su ronda.
Era un gordo bien bajito, vecino de una prima mía en La Loma, allá en el pueblo ultramarino de Regla. Parecía un ser inofensivo, buena gente, complaciente con todos los tripulantes, pero el gordo era una fiera robando. Recuerdo que dos viajes posteriores al de esta historia, yo salté la cerca del dique de La Habana para ir al barco con una chamaca bellísima que había ligado en El Conejito, lo hice porque no tenía dinero para entrar a una posada. Mi socio “Cebolla” se encontraba de oficial de guardia y en aquellos tiempos se acostumbraba a dejar la llave de la gambuza con él. Le pedí que me sacara una caja de cerveza de la nevera y me encerré en el camarote con la jeva. Por la mañana hablo con García y le dije que había tomado la caja de cerveza, que la repondría en esos días comprándola en la calle. Como a las dos horas de aquello me llama el negro Pineda, quién había relevado a Tony como Primer Oficial.
-Oye, ¿tú tomaste anoche una caja de cerveza de la gambuza?-
-Si, anoche me colé con un pollo y saqué una caja, pero hoy en la mañana le dije a García que la repondría.-
-Pero el asunto es que el gordo dice que se robaron un puerco.-
-Coño no jodas, ¿cómo crees que voy a venir con un pollo a robarme un puerco?-
-El no dice que seas directamente tú.-
-Mira Pineda, ese gordo es la trampa, ahora mismo lo voy a traer.- Terminando de decir eso salí en su búsqueda, minutos más tarde nos encontrábamos reunidos nuevamente.
-García, el hombre estaba autorizado a coger la caja de cerveza y no tiene que reponer nada, pero tú si tienes que buscar el puerco que te robaste.-
-Compadre, qué clase de mierda eres.- Fue todo lo que alcancé a decirle, hace muchos años que se convirtió en fantasma, pero un fantasma con la mano suelta.
-Bueno, ¿y que piensan?, suenen otra, o se van a sonar la curda de gratis.- Les dijo El Cabo a los músicos, quienes ya comenzaban a sentirse en familia y tenían sillas junto a nuestra mesa. Salieron de Matamoros y comenzaron a tocar el Chan Chan, hace poco me enteré que era de Francisco Repilado, una exquisita pieza musical.
La puerta del bar se abrió y entró Ferreiro con Margarita, se hizo un silencio profundo que solo era roto por las notas de los músicos, al ver reunida allí a parte de la tripulación giró sobre sus talones y abandonó el lugar, alguien le sonó una trompetilla a esa acción. Ferreiro era el Capitán del buque, un tipo premiado con una amplia cultura, algo extravagante y existencialista para ese tiempo, pero su constante nerviosismo y miedo lo ubicaba en el equipo de los pendejos. Sumamente tacaño con todo el mundo, hasta con su hermosa mujer, creo que al final de la contienda le dio una patada por el culo y lo botó, ella se merecía otra cosa. Era el tripulante que peor vestía en el barco, casi todo el tiempo lo vi con un viejo abrigo verde olivo, acompañado con un pantalón gris de nuestro uniforme y unas viejas sandalias de cuero. Gustaba comprar los productos de más baja calidad en el extranjero y al regreso de ese viaje nos la pasamos comiendo potaje de judías diariamente. En nuestra estancia en la antigua URSS le dio por comprar pan negro y me le exploté en el comedor. Ese anormal me contestó que de eso se alimentaban los rusos cuando la guerra.
Nuestro paso por los Dardanelos era terrible con este hombre en el puente, no existía Dios que pudiera soportarlo en medio de sus ataques de nerviosismo. Me correspondía hacer la guardia con él en esa maniobra, recuerdo que yo dominaba muy bien el asunto de hacer señales por medio de la lámpara Aldis con el uso del código Morse. Siempre que pasábamos por la entrada al estrecho nos pedían identificación desde un punto militar turco. Yo comenzaba a trasmitirles nuestra numeral y los datos de rutina, tipo de carga, puerto de salida y destino, etc. Casi nunca terminábamos la comunicación porque el barco iba en su marcha y los problemas del idioma le resultaban difícil a los turcos, lo hacíamos en inglés y con el uso de los códigos vigentes para las comunicaciones por esta vía. Ferreiro se cagaba cuando veía que nos hacían señales.
-¡Respóndele!- Yo establecía la comunicación. –¡Toma una posición! ¡Comunícate con ellos! ¡Toma distancia al barco por la amura! ¡Pon media avante!- En fin, siempre impartía cuatro o cinco órdenes simultaneas.
-¡Oye! Afina la puntería conmigo que no me vas a volver loco, o respondo, o tomo posición, o atiendo al telégrafo, o tomo la distancia al otro barco.- Me quedaba parado con las manos en alto para demostrarle que solo tenía dos y era peor, Ferreiro se cagaba más entonces. Recuerdo que cuando arribamos al estrecho de Bósforo, me ordenó que le trasmitiera nuestras numerales a la estación de Prácticos y me dejé llevar por la dirección que él me dio. Así estuve como un comemierda durante unos diez minutos con la lámpara en el alerón del puente sin recibir respuesta, me dirigí al cuarto de derrota para verificar la posición de la estación de los Prácticos, y resultó estar en la amura contraria a donde yo dirigía mis señales, realmente trataba de comunicarme con una mezquita, lo mandé al carajo.
Mucha gente comentaba que Ferreiro tenía “ruido en el sistema”, o sea, que era maricón. No puedo acusarlo de tal cosa, pero un día tuve tremendo encontronazo con él. Yo era el “clavista” del buque y fui a entregarle un mensaje descifrado, el tipo me abrió la puerta totalmente desnudo.
-Fíjate lo que te voy a decir pedazo de maricón, la próxima vez que me recibas desnudo te voy a descojonar.- Le entregué el papel y le di la espalda, luego se disculpó conmigo, pero yo no entendía de esas mariconerías. El asunto es que Ferreiro hacía ejercicios Yoga desnudo, pero yo tampoco entendía nada de eso. Más tarde llegué a una conclusión, tal vez falsa, de que su conciencia no lo dejaba vivir tranquilo. Dicen las malas lenguas que Ferreiro formó parte de un tribunal revolucionario en Matanzas que llevó a mucha gente al paredón, puede que sea cierto.
-¡No llores más mentirosa!-
-¡No llores más mentirosa!- Se oyó en todo aquel bar y Madrigal fue el primero en protestar, ya el ambiente se encontraba saturado de alcohol y Argüelles continuaba ajeno en la barra. Los músicos al ver el rechazo de su público entonaron las notas de Lágrimas Negras, todos aplaudimos mientras se abría la puerta del bar, entró Expósito.
Era un tipo de unos seis pies de estatura, algo maduro ya, muy tranquilo y de poco hablar. Vivía en Regla también y ocupaba la plaza de primer cocinero, plaza que alternaba con la de Secretario del Partido a bordo, pero para serles sincero, en una época donde en los barcos abundaban los hombres. Expósito no andaba en mariconerías, eras sencillamente un hombre de mar, un verdadero marino en toda la extensión de la palabra, y como hombre al fin y al cabo, allí se resolvían las cosas entre hombres durante su reinado.
Yo militaba en la UJC en esos tiempos de marras y recuerdo que nunca nos reuníamos, no hacíamos trabajos “involuntarios”, círculos de estudios, ni cuanta porquería orientaban al Partido y Juventud. Al final del viaje nos reuníamos y llenábamos todos los planes de trabajos como si fueran cumplidos. Nunca hubo un bateo en ese barco, porque como dije anteriormente, casi todos éramos hombres y marinos, con el tiempo todo aquella tradición se perdió, y los barcos fueron tripulados por gente cobarde que no eran capaces de enfrentar una viril mirada. Allí las cosas se resolvían a trompadas, pero acabada la bronca y calmadas las calenturas, la gente volvía a tratarse al siguiente día como si no hubiera pasado nada. Fue así, que me vi envuelto en una de las pocas broncas a trompadas que tuve en mi vida de marinero.
Acabábamos de atracar en Varna y la gente salía desesperada a la calle, era un hermoso paraje para nosotros, una gente muy bella y no hablo de sus mujeres, creo que entre las más hermosas del campo socialista. Cada tripulante tenía sus escondites y ligues en aquel puerto porque el barco tenía línea fija de Cuba a Bulgaria. Estando en el portalón veo que Justo, un engrasador, se disponía a salir y se encontraba en la lista de guardia.
-¡Oye Justo! Tú estás de guardia.- Le dije cuando puso el primer pie en la base de la escala.
-¡Desmaya eso! No voy a hacer ni cojones.- Fue toda su respuesta delante de los tripulantes allí presentes.
-¡Compadre! ¿Eso fue jugando?- Le pregunté delante de todos, yo sabía el significado posterior de aquella actitud poco común en la tripulación, pero Justo gozaba la fama de guapo entre ellos. Lo peor de todo era que aceptar su marcha significaba que yo tendría que cubrir la vacante producida por su ausencia. Todos me miraron mientras él descendía por la escala del buque.
Una hora después hablé con Eloy Paneque Blanco (Alias Capitán Bayamo y ex combatiente de la Sierra), ocupaba en ese entonces la plaza de Tercer Oficial, pero solo nominal porque Bayamo no sabía tomar una posición del buque, es una historia que prolongaría ésta. Le pedí que me aguantara la guardia y aceptó sin pedir explicaciones, me vestí y partí para el Seaman Club de Varna, allí no se encontraba y los pocos tripulantes en el lugar desconocían su paradero. Partí de allí para un kiosco situado en el parque frente a la terminal de trenes, donde los tripulantes acostumbraban tomar cerveza, y nadie de los presentes lo había visto por allí tampoco. Solo me quedaban dos escondites, el café Odessa y el Casino del bosque. Opté por el primero porque me quedaba más cerca, y allí me informaron que Justo se encontraba en la habitación de un hotel próximo, despidiendo a un Oficial del buque Uvero llamado Perdomo, quien había tenido un accidente y partía para Cuba al día siguiente. Yo lo conocía porque estudiamos juntos en el “Viet Nam Heroico”. Pregunté en la carpeta y me dieron el número de la habitación del tercer piso.
Allí estaba Justo junto a otros tripulantes y un reducido grupo de estudiantes cubanos. Saludé a todo el mundo mientras aceptaba un trago brindado por uno de ellos, creo que a Justo le asombró mi presencia en aquella habitación y al rato me situé a su lado.
-Estoy de guardia y solo he venido para que me digas que aquello expresado en el portalón fue en bromas, y que vas a hacer tu guardia.- Le dije calmado casi al oído, creo que su reacción fue casi estúpida. Justo tenía un llavero colgado en una de las trabillas del pantalón que era una brújula, la sostuvo entre sus dedos por unos instantes.
-Tú que eres navegante, fíjate que te equivocaste de rumbo.- Me dijo eso mientras con los ojos señalaba hacia aquella brújula. No sé de donde rayos salió el trompón más hermoso que haya dado en mi vida, fue directamente a su rostro sin cohibirme de que usara lentes mandados a confeccionar en el extranjero, del impacto salieron volando y los allí presente fueron sorprendidos por mi repentina reacción. No tuvo tiempo al desquite, y como siempre dice el refrán, el que da primero da dos veces. Entre tres me sacaron de la habitación y me quedé esperando a que Justo saliera, conmigo se encontraba un engrasador llamado Duncan Duncan. No es exceso de protagonismo las cosas que cuento como muchos pudieran pensar, la vida en esos tiempos era así, había que llevar los pantalones bien puestos si querías mandar, y mi puesto era ese, el de mandar.
Pocos minutos después bajaron a Justo en medio de un escándalo, y aún hoy, no me explico de dónde rayos salieron tantos tripulantes. Decidieron encaminarnos para el puerto, pero por toda la calle Justo iba gritando al estilo de los guapos de La Habana.
-¡Suéltenla! ¡Cojones, suéltenla!-
-Duncan, dame un filito para sonar a este maricón, esto no puede llegar al barco y tiene que hacer la guardia ahora porque me sale de los cojones.-
-Okey, yo te voy a soltar, pero no olvides que estamos en la calle y aquí nos puede agarrar la policía, es mejor dejar el resumen para el puerto.-
-Vale, pero dame ese filo.- Duncan me soltó y partí como una fiera para donde estaba Justo, las ventanas de los búlgaros se abrían a nuestro paso, tal vez por lo inhabitual del lenguaje utilizado, después de unos intercambios volvían a separarnos, y la escena se repitió en varias oportunidades. Justo no había logrado un golpe efectivo y tenía como desventaja la ausencia de sus gafas. Pasamos tranquilos la aduana del puerto y le dije a Duncan que llamara a Expósito.
-Compadre, aquí no hay nadie, así que este problema hay que resolverlo antes de llegar al barco.- Expósito aceptó y entre todos los tripulantes hicieron un círculo cuyo centro éramos Justo y yo.
-Ahora pedazo de maricón, estamos solos y no hay nadie que se meta, después de esto vas a hacer tu guardia porque a mí me sale de los cojones.- Justo trató de utilizar un truco muy antiguo entre los guapos, se abalanzó para agarrarme por las piernas y lanzarme al suelo, el clásico estrallón para luego acribillarte a patadas en el piso. Pero los cálculos le salieron mal, al descubrir sus intenciones le di con la rodilla en pleno rostro y aquel golpe se lo sintió en el alma, cuando trató de cubrirse, un fuerte gancho aterrizó en su mandíbula y cayó noqueado en el suelo. Yo calzaba plataformas que era la moda de la época, y solo paré de darle patadas en el rostro cuando me separaron.
-¡Tú no eres un caballero!- Me dijo cuando lo levantaron del piso.
-Yo soy un pingú, hijo de la gran puta, pero aquí no termina la cosa, dile a todo el mundo que al llegar al buque estás de guardia o seguimos hasta que amanezca.- La gente esperaba por su respuesta.
-Vamos a hablar.- Respondió Tratando de ganar tiempo.
-Conmigo no tienes que hablar ni cojones, ¿aceptas o no que estás de guardia?, si quieres seguimos.- Yo me había envalentonado cuando llevé la mejor parte, el silencio fue roto por su compromiso.
-Okey, yo voy a hacer la guardia.- Todos nos retiramos, al llegar al buque agarré un hacha contra incendios de una estación situada frente a mi camarote, yo estaba seguro de que volvería y a los pocos minutos sentí cuando tocaron la puerta. Le abrí en calzoncillos y con el hacha en la mano.
-¿Y ahora que coño de tu madre quieres?-
-Yo lo que quiero es hablar contigo.-
-Conmigo no tienes nada que hablar, o te vas para el portalón de guardia, o nos vamos para la popa solos, allí te voy a abrir la cabeza sin nadie presente.- El tipo me dio la espalda y se marchó. Hasta ese día le duró el cartelito de guapo abordo, y cuanta bofetada se perdía en el barco aterrizó en el rostro de Justo. Después de aquel desafortunado encuentro nos llevamos de mil maravillas, sin rencores, y fuimos capaces de compartir en varias oportunidades. Desconozco si Expósito y Justo se convirtieron en fantasmas durante estos años.
-¡No llores más mentirosa!-
-¡No llores más mentirosa!- Comenzaron a cantar los trovadores y la gente les pidió que se sentaran un rato a beber, todo parece indicar que ya estaban borrachos como en la guagua. Yo me disculpé con todos y me retiré a buscar la nueva presa, el bar del hotel continuaba ocupado por los tripulantes del Renato Guitart.
La chamaca era sumamente bella, no había terminado su horario de trabajo y las compañeras le dijeron que se marchara sin problemas. Las oficinas de la Delegación de Marina Mercante se encontraban en esos tiempos a dos cuadras de la calle Enramada, pero no recuerdo cual era la calle que la atravesaba. Caminamos un poco en lo que duró ese intercambio de palabras casi perdidas en estos tiempos, fue cuando la invité a llegarnos hasta el Casa Granda a tomarnos unas cervezas y luego, bueno, luego buscaríamos donde hacer el amor. Cuando traté de entrar al bar un empleado frenó mis intenciones.
-Compañero, no puede pasar, estamos esperando a la policía.- Fue toda su explicación.
-Coño, pero si hace solo quince minutos que salí de aquí.-
-Si, pero hay tremenda bronca formada en el bar.-
-¿Bronca entre quienes?-
-No sé, una pila de marineros que están borrachos allá adentro.-
-Oye, vámonos de aquí que la cosa no está buena.- Me dijo ella al instante.
-Yo no puedo irme de aquí sin saber que pasa allá adentro, esos son tripulantes de mi barco.- Le contesté.
-Pues si tú quieres te quedas, pero yo me voy, no me gusta nada de esto.-
-Si tú quieres te vas al carajo, pero yo los saco antes de que llegue la policía.- Me dio la espalda y se fue, no volví a verla nunca más. Pasé por encima del bloqueo de aquel empleado y cuando entro en el bar, me encuentro a la vieja barbera con una navaja en alto amenazando a Francisquito, varias sillas regadas por el piso, botellas de cerveza por todos lados rotas y los demás tripulantes muertos de la risa, el gordo Argüelles seguía campante en su barra como si nada hubiera sucedido. Los pude ir sacando uno a uno, el que más trabajo me costó fue Francisquito, por poco me da una trompada. A la vieja la dejé con su navaja en el aire cuando el bar estaba casi vacío, solo la acompañaba Argüelles algo inclinada su cabeza por el peso del alcohol. Luego prohibieron la entrada de los tripulantes del Renato Guitart al bar del Casa Granda.
La última vez que visité ese bar yo me encontraba de Primer Oficial del “Bahía de Cienfuegos”. Fui con el Contramaestre Medina, la atmósfera era insoportable, no solo por el calor, el olor a orine inundaba cada rincón del bar, aquel lugar estaba convertido en otra de las pocas cloacas de aquella ciudad. Entraron dos chamacas, una de ellas delgadita, pero de un cuerpo exquisitamente organizado, dio la casualidad que la madre de una de ellas era amiga de Medina y enseguida me las presentó. Salimos rumbo al Versalles y nos encontramos con una interminable cola que vencimos por medio del soborno, esa y otras noches dormí en casa de aquella muchacha que después me propusiera matrimonio, nosotros no éramos musulmanes.
El Casa Granda nunca me gustó por su situación, disfruté muchos conciertos ofrecidos por la banda municipal en el parque Céspedes, observados desde los magníficos portales del hotel. Bebí y bailé hasta el cansancio en su cabaret, pero nunca me llamó la atención sus habitaciones.
Hoy está nevando aunque la temperatura es agradable para nosotros, no soporto la de Miami y sufriría con la de Santiago de Cuba. Muchos fantasmas me obligaron a emigrar, fantasmas que aún están vivos, y algunos muertos a mi pesar. Hubiera deseado con toda mi alma que se encontraran presentes para que vieran el final de esta historia. Desearía encontrarlos en el parque Céspedes o en el malecón de La Habana, o en el Prado de Cienfuegos, o en el de Antillas, o en el pobre pueblo de Nicaro, o en el olvidado caserío de Guayabal, solo les preguntaría; ¿De qué te sirvió todo mi hermano? Estás muerto o muerto en vida, yo vivo sin embargo.
Salí bajo la nevada a comprar una botella de vodka, debe ser Absolut como en otros cuentos o relatos, y preparo mi trago favorito mientras mi esposa duerme su fiebre. Yo alzo mi vaso y brindo por todos aquellos por los cuales viví, por El Cabo, Expósito, Tetera, Tony, Madrigal, Justo, Ferreiro, Bayamo, Duncan, Cebolla, García, y cada una de las personas que de una manera u otra hicieron agradable mi vida en aquel infierno.
Ellos son fantasmas que merodean los portales del Hotel Casa Granda, el Jade Island se convirtió en un fantasma de acero, al que le cambiaron el nombre por Renato Guitart, otro fantasma. Algunos años más tarde, al buque Renato Guitart le cambiaron el nombre y bandera, pero no se convirtió en un traidor a la patria. Se llamó Casablanca y yo navegué en él mezclado entre ratas. Yo cambié de nombre y bandera, nada de eso es importante porque son cosas creadas por el hombre, las que Dios y nuestra tierra nos dio no cambian nunca.
Hoy recibí un email avisándome que un vecino había muerto, no era un vecino cualquiera, no era amigo mío tampoco. Era un Capitán de la flota, un hombre de mar que vivió siempre sobre una larga y profunda ola de leva, esperando que tal vez un día recalara a las costas de sus sueños. Lástima que aquella ola tuviera la fuerza destructiva que nunca se imaginó, la suficiente para arrasar con nuestro país. No le guardo rencor por pensar diferente a mí, poco me importa los comentarios que haya podido hacer cuando mi deserción. Solo deseo dedicarle este trabajo que trata sobre aquellos marinos que un día se convirtieron en fantasmas, de la misma manera que él lo es a partir de hoy. Para Guzmán
Yo me convertí en un fantasma también, lo hice el 11 de Noviembre de 1991. Desde entonces, visito con frecuencia el Hotel Casa Granda.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2003-11-29
Caruca era un número indivisible, cualquier operación matemática resultaba en ella misma. Esa era su vida, una triste soledad acompañada de cifras mudas. Nunca se casó, creo que una vez le solté la pregunta por aquella entrañable soltería y recibí una respuesta harto conocida. No recuerdo si en su caso fue la muerte de aquel amor jurado hasta la eternidad, o simplemente una vulgar traición. La noticia era vieja cuando llegué a la academia naval, Caridad era señorita. Nadie tiene constancia de un certificado ginecológico que lo asegurara, supongo que todos creyeran en su palabra, hasta yo.
Nosotros le llamábamos así, otras veces le decíamos Cary, en alguna oportunidad se nos escapó un Carucha o Cachita. Solo le decíamos Caridad cuando estábamos en público o en presencia de los guardiamarinas. Nosotros no éramos un grupo, solo mi socio Ríos y yo. No puede negarse que ella se divertía con nuestras ocurrencias, nos tildaba de locos y tenía mucha razón.
Su vejez era prematura, nació un poco vieja, pudo que fuera una más de las que nunca tuvo quinces. Su andar era pausado, lo hacía con ese cansancio natural del que ha transitado por varios siglos, aunque su recorrido estaba gastado por la constante repetición. Era la derrota inviolable de un navío con línea fija de Santos Suárez al Mariel todos los días del año, descontando sábados y domingos, también los feriados aunque fueran muy pocos. Caminaba con la punta de los pies separados como el viejo Chaplin y hasta en la estatura eran parecidos. Quizás lo hacía por juanetes misteriosos, tal vez algunos callos o la planta de los pies planos. Andaba con dificultad y dudo que alguna vez hubiera bailado, para ella no existió el zapato de cristal perdido.
Muchas razones existieron para aquella justificada soledad, no solo contaba con ese defecto al caminar. Su talle era corto y sus extremidades desproporcionadas, las piernas no se correspondían con su estatura. Luego, las canillas eran algo flacas y nada aceptables al gusto de los isleños, soportando a su vez un trasero como la de aquellos buques con la popa de espejo. Nada atrayente ni exagerado, deforme y poco elegante, dando la ligera impresión del maletero de un antiguo auto. Empeoraba aquella situación su marcha chaplinesca que no se acomodaba al armónico andar de las mujeres cubanas. Viéndola de vieja me la imagino en su juventud, rompiendo toda la gracia de los barrios por donde pasara. Remataba toda su arquitectura unos senos exagerados para su estatura, órganos que sufrían los efectos de un inventado bloqueo y que las muchachas aprovechaban para mostrar sus encantos. Sin embargo, en medio de su anticipada vejez, conservaba rasgos de haber poseído algo de belleza en su rostro, pero en su tierra los hombres son más exigentes.
Tenía sus virtudes que opacaban en algo su malformación física, que no era deforme tampoco, no quiero que me interpreten mal, la naturaleza había sido injusta a la hora de repartir, solo eso. Cary era como un ángel, muy noble, sencilla y caritativa, razones sobradas para que fuera tan querida por los traviesos guardiamarinas. Pudo ser que aquella costumbre suya de estar cargando siempre con caramelos los endulzara un poco, aunque no fuera así, todos hablaban muy bien de ella. Dicen las malas lenguas que fue compañera de estudios de un famoso matemático cubano, creo que de Mario González. Dicen también que ella era un filtro y era la voz cantante en la cátedra de matemáticas, pero nunca ocupó la plaza de jefa y tampoco la de primer profesor, razones sobraban para que la mantuvieran en silencio, ella nunca fue militante.
Lo de inteligente no lo pongo en dudas, pero en términos generales, esa virtud en la isla tiene su variante. Allá, casi siempre son los feos o las feas salvo raras excepciones. ¿Las que están buenas? Esas nunca sobresalen en las notas adquiridas, esas se inclinan más bien por el vacilón, por los novios, los bailes. Muchas veces no terminan sus estudios y son practicantes de incontables legrados, que no son todas tampoco, pero así actúan muchas de las que saben estar buenas. ¿Las feas? Son toda dedicación a los estudios, se refugian como polillas en decenas de libros para llenar ese vacío de sus vidas. Siempre son los primeros expedientes, las vanguardias, y en muchos casos las más combativas revolucionarias. Como quiera que sea, Caruca era un filtro, conclusiones arribadas por las opiniones de otros profesores.
Ella vivía a unas cuatro cuadras de mi casa, exactamente en la calle Mayía y muy cerca de Santa Catalina. Su enorme vivienda quedaba justo al lado de una secundaria, puede decirse que de las mismas dimensiones de aquella escuela. Se deduce entonces que perteneció a la clase pudiente del país, digamos que a la cima de la media. Luego me contaría en nuestros diarios viajes hasta la academia, que ella ocupaba la vivienda de los criados. Siempre que pasaba frente a su casa miraba hacia allí y no pude ocultar mi envidia. Envidia por la vida de aquellos antiguos criados y por ella misma. Entre ella y su hermano habían vendido la mitad de aquella antigua mansión.
Todos los días coincidíamos en el garaje que está en la esquina. Éramos los únicos que tomábamos la guagüita de la academia en ese punto a las seis de la mañana. Aquellas constantes coincidencias provocaron ese acercamiento entre nosotros. Las primeras conversaciones giraron siempre sobre las materias impartidas, ella se interesaba mucho por la Navegación, para mí, resultaban indiferentes sus matemáticas. Después de ese período de estudio que ocurre entre dos personas, Cary se fue abriendo poco a poco y me tuvo más confianza. Hice un gran descubrimiento entonces y se lo hice saber a mi socio Ríos. Todo se debía tratar con mucha discreción y no podía trascender más allá de nuestros conocimientos. Eso se lo repetí en varias oportunidades para que contuviera su cabrona lengua, no es que fuera indiscreto, pero cuando se encabronaba no creía en nadie y lo soltaba todo. Descubrí ese día de pleno invierno y resguardados del fuerte viento tras una pared, que Cary jugaba en el equipo de nosotros. Era otra gusana más que actuaba como todo el mundo, participaba, aplaudía, marchaba, asistía y hasta coreaba consignas. Comprendí más tarde cuanto se detestaba por su doble moral.
-¿Por qué te mantienes aferrada a esta academia naval? Muy bien pudieras ser profesora de la Universidad, allá podías aspirar a tener cuando menos un Lada. Aquí no eres nada, solo una más de la tonga de anormales que formamos este conjunto. Le disparé una de esas mañanas a boca de jarro y la sorprendí.
-No vale la pena, ya me queda poco para el retiro. Contestó sin poder ocultar todo el desaliento que la acompañaba desde tiempos inmemorables.
-No sé, pero me parece que allí la vida sería un poco más extensa. ¿Qué haces aquí? Esperar a que pase la guagua, llegar y tomarte un vaso de leche aguada, comerte ese sancocho que dan por almuerzo. ¿Y luego?, esperar a que llegue la una de la tarde para sentarte como una idiota frente a un radio y escuchar “Información Política”, si no lo haces ya sabes que te evalúan mal, al menos en la universidad escapas. No te entiendo, has despreciado gran parte de tu vida acompañada de esos idiotas militares. Hubo un largo silencio después de decirle aquellas palabras que resultaron duras para mí también.
-¿Sabes una cosa? Yo pensé que ustedes eran militantes, como son de la marina mercante… Luego, al verlos como actúan, surgió esa duda natural, pero nunca me abandona el temor a expresarme como soy. Sentía penas oír hablar de esa manera a una mujer que pudo muy bien aportar más de sí a esta nación. Hablaba con el tono del niño indefenso.
-De militantes nada Cary, somos de la tonga, como tú misma con todos tus conocimientos.-
En la medida que el tiempo pasaba le fui tomando cariño y no podía ocultar la compasión que sentía por ella. Nuestras conversaciones fueron muy familiares, habíamos vencido la barrera de la desconfianza impuesta. Sus preguntas pudieron resultarme infantiles muchas veces, insistía en conocer del mundo exterior. Hoy me preguntaba por un país, al día siguiente elegía otros. Así viajaba conmigo por Europa, Asia y América, yo notaba como devoraba cada palabra mía, como descubría un mundo nuevo para ella. En esas condiciones de ignorancia estaba la mayor parte del pueblo. Cuando llegaba la guagua reinaba nuevamente el silencio, al día siguiente, ella sabía hilvanar cada capítulo inconcluso de aquellas pequeñas historietas. Solo cuando su curiosidad era satisfecha, solo así, saltábamos de capítulo o país. La parada más larga se produjo cuando en nuestras diarias navegaciones arribamos al campo socialista.
-Una verdadera mierda, no puedes imaginar el futuro que nos espera. Ella opuso una tenaz resistencia a aquella manifestación mía, era indudable que la propaganda del gobierno le había penetrado hasta el mismo tuétano de sus huesos. Rebatía mis planteamientos argumentando lo que había leído o escuchado, se encontraba en igualdad de condiciones que otros diez millones de cubanos, pero no dejaba de consumir con extrema curiosidad toda la información que yo le brindaba de primera mano. Esta situación fue similar a la encontrada en el círculo de amistades o parientes donde me expresara así del campo socialista. Todos estaban engañados y en esa fecha nos encontrábamos muy distantes de pensar que aquel monstruo se derrumbaría.
Tuve dos ausencias continuas motivadas por una fuerte gripe y Caruca no se conformó a esperarme en el garaje como hacía diariamente. Yo nunca le había dado mi dirección, solo una vaga idea de donde vivía. Esa tarde me hizo pasar un gran susto.
-Hay una mujer que pregunta por ti en la puerta. Me dijo mi esposa y un intenso escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me invadió el temor a ser descubierto por cualquiera de mis aventuras.
-¿Quién es? Me limité a preguntarle sin levantarme.
-Es una mujer mayor de edad. Me respondió y sentí un gran alivio.
-Hazla pasar. Le dije sin averiguar nada más de aquel inesperado personaje.
-¿Hasta el cuarto?
-Hasta el cuarto, no me siento bien para ir hasta la sala. Pocos segundos después entraba Caruca con un cartucho en las manos. Su vista recorría cada pulgada de mi guarida, en su rostro se leía el rechazo a aceptar las condiciones en las cuales yo vivía. La invité a sentarse en la cama y con dificultad anduvo por el centro de un estrecho pasadizo existente entre la camita de mi hijo y la mía. No creo lograra superar las ocho pulgadas de ancho. Después, su vista se elevó hasta el último mueble soportado por la cómoda, era una columna de tarecos y cajas que se empinaban hasta el cielo, unos doce o quizás catorce centímetros después, se escuchaban los pasos de nuestros vecinos transitando en su casa.
-Me extrañó que llevaras dos días sin ir a la escuela. Dijo a modo de introducción.
-Estoy con una gripe que ni te cuento, me ha dado mucha fiebre.
-Disculpa que haya venido sin tú invitarme.
-No te preocupes, ¿cómo obtuviste la dirección?
-Preguntando en cada cuadra, ya sabes como funciona esto. No tenía la menor duda de lo que ella me decía, estábamos en un país donde todos nos conocíamos por fuerza de la costumbre.
-Aquí te traje un cartucho de mangos filipinos, son de la mata que está en el patio de mi casa.
-No sabes cuanto te lo agradezco, no tengo que decirte el tiempo que llevan sin venir al mercado, mi hijo se alegrará mucho.
De regreso a la academia, aquellas secretas tertulias de la parada continuaron. Por las tardes no conversábamos en la guagua cuando volvíamos a casa, casi siempre ella realizaba ese viaje durmiendo. Tampoco podíamos arriesgarnos a una delación, se estableció de esa manera una misteriosa complicidad, una forma de hacer contrarrevolución, una vía de escape a toda esa presión que siempre llevamos dentro, hablábamos mierda, así se le identifica a la “verdad”.
-Y hablando de navegación, ¿qué aplicación tiene mi materia en ella? Me sorprendió ese día con una pregunta tan ingenua.
-¡Coño Cary! Eso ni se pregunta, sin las matemáticas no existe la más remota posibilidad de navegar, ¿qué sería sin ella para la astronomía?
-No te hablo de operaciones matemáticas simples, me refiero a esa nueva onda de dar cálculos en la academia.
-¡Ahh! Eso es para tirarse el peo más grande que el culo, no tiene otra explicación. En aquellos tiempos, la academia naval pasó a nivel de enseñanza superior. Nosotros fuimos sometidos a una clase de control por parte de los inspectores de la DEA (Dirección de Escuelas y Academias) Sería a partir de entonces que los graduados saldrían del recinto con un título de “Ingenieros Navales”.
-No te comprendo. Me dijo algo sorprendida.
-Es muy sencillo, los cálculos no tienen aplicación alguna en nuestro trabajo, bueno, a menos que los muchachos deseen complicarse la vida. Allí todo se encuentra tabulado para que el trabajo en el puente sea dinámico. La técnica ha ido integrando elementos que reducen ese trabajo y que incluso en oportunidades sustituyen al hombre. ¿Crees entonces que será necesaria la aplicación de esos engorrosos cálculos? En la navegación intervienen la geometría y trigonometría esférica entre otros campos de las matemáticas. Pero aún así, todos esos cálculos al encontrarse tabulados para facilidad del oficial y la navegación, se reducen a simples ecuaciones y sumas algebraicas. ¡Mire! Procure que salgan con los conocimientos mínimos de álgebra e insístale en que traten de dominar bien la geometría, bastante mal están arribando a nuestros barcos.
-No puedo creerte. Fue todo lo que se le ocurrió decir.
-Claro que no me creerá, ya le digo, es solo para tirarse el peo más grande y hacer propaganda con eso. ¿No me dirás que te tragas el cuento ese de los licenciados en deporte?, ¿no lo has visto?, te hablo de esos salvajes que apenas saben hablar y contarán a todo dar con sexto grado. ¿No has visto como los anuncian cada vez que van a pelear?, ¿crees de veraz que son licenciados? Todo es falso Cary, como lo será las promociones de esos ingenieros.
-Pero al menos saldrán con un nivel educacional superior.
-¿Y qué resuelven con eso? Ya todo está inventado y ellos se subordinarán a la técnica actual, no inventarán nada. Colón no era ingeniero, partió a lo desconocido y tuvo que confeccionar sus propias cartas náuticas, ¿no te dice nada? Creo haberla desanimado un poco al expresarme de aquella manera, ese día no preguntó por nada nuevo.
Caruca era “trabajadora civil de las FAR” (Fuerzas Armadas Revolucionarias), status que compartían casi todos los trabajadores civiles, solo los que pertenecíamos a la marina mercante nos encontrábamos excluidos. Era una especie de híbrido o experimento de laboratorio, no eran civiles ni militares. Caruca no contaba con los privilegios concedidos a los militares, no podía ir a la Casa Central de las FAR a comerse un bistec bien barato. Puede que esto no signifique mucho, pero en la isla era algo grande. Tampoco tenía derecho a las tiendas donde les vendían artículos fuera de los controles de la “libreta”, y menos aún, nunca disfrutaría del turismo militar. Por otra parte, Caruca no podía disfrutar de nada que correspondiera a un supuesto civil, no recuerdo si existió algún privilegio, creo que no. Su caso era mucho más grave que el de nosotros, tenía un valor inferior al cero.
Hubo oportunidades en las que les vendieron algunas basuritas en la tienda de la academia, yo los veía muy contentos y devoraba cada una de sus manifestaciones. Caruca no escapaba de aquella ola, puede que exteriorizara una falsa alegría para seguir la corriente. ¿Contentos por qué? Por adquirir un pomito de agua de violetas, quizás uno de champú “Fiesta”, puede que por uno de aquellos famosos desodorantes que producían golondrinos. ¡Estamos mejorando! Manifestaban sin vergüenza algunos de ellos, ellos digo cuando me refiero a matemáticos, químicos, físicos, etc. Gente inteligente con el cerebro hueco, no tan vacío tampoco. Eran felices con aquellas porquerías y se sentían superiores a nosotros los marinos mercantes, porque no teníamos derecho a comprar en la tiendecita de la academia. Mi socio y yo nos mirábamos en silencio, no podíamos decir nada en aquellos momentos tampoco, ya teníamos tema para debatir en nuestra próxima borrachera.
Solo un día la vi alegre, un solo día de un año. Hubo una actividad para celebrar cualquier cosa, pudo ser el día de las FAR o el del Educador, no recuerdo con exactitud. Dieron una comida con derecho a dos cervezas, Caruca se emborrachó con la mitad de una y nos pasó el resto. Me asombraba que se encontrara feliz, no la habían mencionado entre los destacados, aún así estaba contenta, puede que haya sido solo un sentimiento etílico. No le dedicaron una sola palabra a ella, una profesora que no podía alegar ausencias por dolores de ovarios, quien ya había dejado atrás los trastornos de la menopausia, quien nunca tuvo niños que amamantar, ni actividades a deshoras con otros camaradas de trabajo. Ni una sola letra para esa mujer con más exactitud que el Big Ben de Londres, estaba contenta esa tarde. Ríos y yo nos divertimos cuando vimos en medio de su embriaguez que, aquellos pies copiados de Chaplin comenzaron a moverse en una danza propia de incas o mayas, nada que ver con la música de nuestra tierra. Otra profesora la levantó de la mesa, era de su cátedra, otra solterona con el rostro similar al de un castor. ¡Aquí hay torta mi socio! Ríos siempre con su maldad a cuesta y yo tratando de justificar a mi santa, él insistía.
Las conversaciones llegaron a tocar todos los temas de la vida cotidiana, ya ella se encontraba muy bien informada de mis aventuras en la academia, y el sexo llegó a interesarle más que las propias matemáticas, pero le resultaba demasiado tarde para llevar la teoría a la práctica y tuvo que conformarse con esas tardías enseñanzas. Muchas veces sentí verdadera vergüenza cuando le explicaba algo, en su rostro podía captar toda aquella inocencia que una vez existió en el mundo, así la dejé.
El día de mi despedida pasé por su cátedra y ella no escatimó en darme consejos para asegurar en algo mi futuro. Nunca supimos de cual futuro hablábamos, y si lo hicimos fue falso, porque mi presente no se encontraba contemplado en los anhelos de aquellos tiempos. Jamás supe de ella y aunque regresé en dos oportunidades a estudiar en esa academia, nunca se me ocurrió preguntar por Cary.
Quién pudiera imaginar que a mi edad regresaría al aula nuevamente. Janine es bajita de estatura, un poco más alta que Caruca y en el físico no se parecen en nada. Ella es de ojos celestes y rubia, dinámica, alegre, y nos cuenta de sus sacrificios para tratar de conservar su físico. Tiene aproximadamente la misma edad de Caruca en aquellos tiempos, pero es una niña a su lado. Janine me devolvió el recuerdo de aquel ángel con el cual viajara tantas veces en un año de Santos Suárez al Mariel, algo tendrían en común para lograr ese efecto. Después de varias clases lo comprendí, con mucha frecuencia, Janine se aparece en el aula con algo para obsequiar a sus alumnos. Ayer mismo trajo un pastel con sus velitas para celebrar el cumpleaños de una de sus alumnas. En otras oportunidades han sido chocolates, uvas, manzanas, etc. Janine nos trata como si fuéramos muchachos y algunos de sus alumnos somos mayores que ella, no puede negarse que ama su profesión. Caruca era mucho más humilde, solo podía regalarle caramelos a sus guardiamarinas, más tarde, hasta los caramelos desaparecerían.
Es muy probable que de Caruca no quede nada, ni ese recuerdo de aquel ser tan dulce e inteligente que nunca llegó a ser homenajeada, solo una molécula ignorada dentro de un manso rebaño. Hoy quiero traerla y compartirla con ustedes para que integre ese gran ejército de seres que un día pasaron por mi isla como fantasmas. Muchas gracias Janine.
Esteban Casañas Lostal.
Montreal..Canadá
2004-11-12